VIAJE TRANSAHARIANO JULIO 2010

En cierta ocasión un misionero salesiano me dijo que cuando llegó a África por primera vez, quedó tan impresionado que pensó en escribir un libro. Al ir dándose cuenta de la compleja realidad, decició limitarse a crónicas concretas sobre temas determinados. Y después de más de 30 años en África se preguntaba si realmente conocía y había entendido lo suficiente como para atreverse a opinar.

Por otra parte Elsa Triolet dijo que el silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños.

Sin embargo William Shakespeare dijo que es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.

También es verdad que Unamuno dijo que a veces el silencio es la peor mentira.

Aldous Huxley por su parte dijo que el hombre silencioso no presta testimonio contra sí mismo.

Un refrán dice que el que calla otorga, y otro dice que la palabra es plata y el silencio es oro.

Mahatma Gandhi dijo que lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.

Groucho Marx dijo que es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.

Mientras que Francis Bacon dijo que el silencio es la virtud de los locos, pero todavía no he decidido si eso es bueno o malo.

Hasta que los sabios se pongan de acuerdo, algo fráncamente difícil porque ya están todos muertos (solo queda Punset, los demás somos unos ignorantes), creo que lo mejor es que mis relatos vuelvan a ser una sucesión de anécdotas triviales aderezadas con comentarios estéticos, dejando las cuestiones políticas al margen.

En cuanto a las frases célebres, me quedo con una de Ludwig van Beethoven: Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo... ¡con buena música!

Inicié el viaje una tranquila mañana de julio de 2010. Mi familia salió a despedirme y cuando arranqué mi hija pequeña me acompañó corriendo por la acera. No fui capaz de igualar su velocidad hasta que metí la tercera velocidad y aún así llegué último a la esquina. La excusa del desnivel no sirve ya que si era cuesta abajo para ella, también lo era para mí. En ese momento fui plenamente consciente de que me esperaba un viaje leeeeeeeento.

A las cuatro horas y media paré en una pestilente área de servicio y traté de evadirme leyendo otro capítulo de "Los Viajes de Júpiter". Me di cuenta de que compartía muchas reflexiones con Ted Simon, su autor. Pensé que todos experimentamos sentimientos básicos como amor, odio, ilusión, desesperación, temor, tristeza, alegría, e ira que surgen y desaparecen a lo largo de nuestras vidas.

Dormí en Villanueva del Trabuco y al día siguiente llegué al puerto de Algeciras. Compré un billete para el ferry a Ceuta pero tardé tanto en salir del aparcamiento por una avería en la barrera, que lo perdí. Regresé a la taquilla y afortunadamente me devolvieron el dinero. Compré un billete con otra naviera que resultó ser 30 euros más barato. Había ganado 30 euros en una hora, no estaba mal.

Buen augurio, aunque en aplicación de la Ley de Murphy temí una pérdida inesperada por valor de 60 euros.

Cuando a alguien le sale algo bien corre el riesgo de engañarse a sí mismo pensando que es muy listo, pero en realidad todo depende de la suerte. Cuando es buena se la bendice y cuando es mala se la maldice, pero siempre es la misma.

Crucé el Estrecho y después de repostar gasoil en Ceuta fui hasta la frontera con Marruecos. Muchos marroquíes habían recorrido largas distancias desde sus lugares de trabajo en Europa y mostraban su impaciencia por regresar a su país haciendo sonar sus bocinas.

Entré en Marruecos y conduje hasta un área de servicio en la autopista, donde paré a dormir.

Al día siguiente mi camioncito seguía estando gris porque la gente lo veía como un montón de chatarra.

Atravesé las estribaciones del Alto Atlas por una autopista recién construída.

Los camareros del restaurante de Tiznit donde cené vinieron a felicitarme por el triunfo de la selección española en el mundial de fútbol, escena que se repetiría a lo largo de todo el viaje en cada sitio donde paraba. Busqué un sitio tranquilo a las afueras para pasar la noche y dormí de un tirón.

Al día siguiente mi camioncito recuperó su color bajando el puerto de Gni Mghran a las puertas del desierto, su entorno natural, y me sentí bien.

Paré a almorzar en una patisserie de Tan-Tan. Cuanto más al sur, más crece la sensación que uno tiene de sentirse vigilado. Los vigilantes pasan desapercibidos en ese momento y se manifiestan como fantasmas al contemplar las fotos después del viaje.

Conduje hasta que se hizo de noche y dormí al abrigo de un espectacular acantilado.

El día siguiente amaneció nublado y ventoso. Los rayos del sol se filtraban entre las nubes que el viento movía a gran velocidad dibujando sombras que recorrían en silencio las inmensas playas del Sahara Occidental.

Cerca del Golfo de Cintra paré a contemplar los restos de un vehículo de expedición que se había salido de la carretera. Se veían los restos de una equipación muy completa y utensilios destruidos. Ruedas buenas, doble depósito de combustible, grupo electrógeno, literas, etc.

Pensé en la desesperación de su dueño viéndolo arder después del accidente. En todas las horas de trabajo que habría empleado en prepararlo, en el derroche de esfuerzo, en las ilusiones frustradas, en el dinero perdido.

Muchas personas que se interesan por acompañarme piensan que los gastos del transporte se limitan al coste del combustible. Desgraciadamente hay otros muchos más como por ejemplo el vehículo y las mejoras que se le hagan. En el caso de mi camión le he reformado completamente el motor, le he puesto una caja de cambios moderna con piñones nuevos, le he cambiado la caja transfer por otra mejor, le he puesto un grupo trasero nuevo, le he puesto una bomba de agua nueva, he reconstruido el radiador y el alternador, he sustituido los frenos por otros MAN más fiables, he reformado el frontal para adaptarlo a un parabrisas de Iveco estándar fácil de encontrar en cualquier sitio, le he puesto un grupo electrógeno Dometic nuevo especial para autocaravanas, le he reforzado la suspensión, le he cambiado el tubo de escape, le he puesto tacógrafo, he forrado el interior de madera, he puesto asientos nuevos y un buen equipo de música, etc.

Además llevo planchas y pala, herramientas, repuestos, un tractel manual con cable de 35 metros, nevera y gps. En cada viaje tengo que cambiar dos veces los filtros del gasoil por la mala calidad del combustible africano, el aceite y su filtro. También tengo que pagar el seguro de MAPFRE, el seguro mauritano, el seguro CEDEAO, la ITV cada 6 meses, el impuesto de circulación, una rueda nueva en cada viaje, una batería nueva cada tres viajes, el ferry para cruzar el Estrecho, peajes, tasas de aduana en cada país, multas, averías que se puedan producir durante el viaje, etc.

El propietario de ese vehículo había sufrido el desastre que todos los viajeros tememos. Espero que se sobreponga y luche por salir adelane, ya que donde hay voluntad hay un camino.

Dormí a las afueras del enclave que ha crecido en torno a la gasolinera cercana al cabo Barbas.

Al día siguiente llené el depósito de combustible y entré en Mauritania. Hacía mucho viento.

Llegué a Nouakchott y me alojé en el albergue Sahara, que haciendo honor a su nombre se encontraba desierto.

Salí de Mauritania por Rosso y embarqué en el ferry que atravesaba el río Senegal.

Hacía años que no cruzaba esa frontera y los denostados buscavidas ya no me parecieron tan agresivos como antaño. Quizás influya el hecho de que mi aspecto físico haya cambiado. Aunque al mirarme al espejo me siga viendo exactamente igual que cuando tenía cuatro años, por lo visto ya no parezco tan inofensivo como antes. Mis ojos afortunadamente siguen desempeñado la misma función que cuando nací, pero mi mirada se ha endurecido y me proporciona un parapeto no siempre deseado que me aísla de los demás. Los buscavidas han pasado de incomodar a posar.

Al llegar a la frontera senegalesa me encontré con la desagradable sorpresa de que la aduana volvía a aplicar una antigua ley que impedía entrar en el país a viajeros con camiones de más de 10 años. Un funcionario me ofreció la posibilidad de escoltarme hasta la salida hacia Malí por 300.000 francos CFA, equivalentes a 458 euros. En dos ocasiones anteriores accedí porque viajaba acompañado y quería evitar retrasos a mis amigos, pero esta vez no quise perder el tiempo con súplicas estériles y me di la vuelta.

Cuando me iba me ofrecieron la posibilidad de negociar un acuerdo, pero no quise. No creo que los africanos sean más o menos corruptos o corruptibles que los europeos, el problema es la falta de control. El Estado no es lo suficientemente fuerte como para dominar a sus funcionarios y la población carece de mecanismos para exigir responsabilidades a sus gobernantes. Cada uno en su casa hace lo que cree conveniente y lo que le permiten. Senegal no es mi país y si quiero entrar debo acatar sus normas de la misma forma que los senegaleses deben respetar las leyes de mi país cuando vienen.

En esta ocasión no quise ceder. Simplemente no me dio la gana, no es una cuestión ética. Ya hay demasiados demagogos por ahí dando lecciones morales. Utilizan internet como las cajas de madera a las que se subían los antiguos predicadores norteamericanos en las esquinas de las principales calles de sus ciudades para acusar de pecadores a los asustados transeúntes, exigirles arrepentimiento y exhortarles a abandonar el camino de la perdición. Se creen con derecho a insultar a los demás y luego cuando alguien se atreve a llevarles la contraria en su mismo tono se hinchan de dignidad como peces globo y desaparecen.

Prefiero que cada uno se juzgue a sí mismo, se preocupe por cumplir sus obligaciones y deje en paz a los demás. Normalmente las personas que más denuncian públicamente las faltas del prójimo son los que más tienen que ocultar. Muchos de los que critican la corrupción de los demás les imitarían si tuvieran oportunidad. Y me consta que algunos lo hacen cuando piensan que nadie les controla.

Entré nuevamente en Mauritania y fui hasta Boghé por una preciosa carretera en construcción. Atravesé Mauritania acompañado por Maria Callas y todos los autostopistas uniformados que pude recoger con la remota esperanza de espantar a posibles yihadistas. Por algo a esa carretera se la conoce como Ruta de la Esperanza.

Entré en Malí por la frontera de Gogui.

Pasado Nioro du Sahel paré en un pueblo a hacer fotos. Para conocer lo que piensa la gente de los europeos lo mejor es fijarse en la actitud de los niños, auténticas esponjas absorventes de toda la información que reciben en casa. Si los niños se muestran alegres significa que los padres tienen una buena opinión de nosotros. Si manifiestan hostilidad es porque han oído hablar mal de los europeos.

La mejor recepción que he tenido en mi vida fue al pasar por un pueblo que días antes había recibido la visita de un grupo de payasos europeos. Fue inolvidable, nunca había visto niños tan contentos.

Tampoco olvidaré el gesto de un niño al atravesar una ciudad argelina durante la guerra civil encubierta que asoló el país con horribles matanzas a principios de los años noventa del siglo pasado. Mientras me miraba con ojos tristes se pasó lentamente el dedo índice de la mano derecha por el cuello. Huelga decir que salí de allí echando chispas.

Entré en Malí y paré a fotografiar una caravana de nómadas Peul, los únicos antisistema genuinos que conozco. Los así autodenominados en Occidente son en realidad la fiebre del sistema. Cuando encuentran un motivo de protesta aumentan de temperatura y se rebelan, contribuyendo a detectar los fallos del sistema. De esta forma el sistema tiene la oportunidad de corregirse y fortalecerse. Lo malo es que a veces no la aprovecha.

Esto no es política sino sentido común.

Los Peul constituyen el grupo étnico más asombroso que conozco.

Los conocimientos que les permiten sobrevivir en una de las zonas más inhóspitas del planeta han permanecido inalterados durante siglos y se transmiten de padres y madres a hijos e hijas. Algún día los perderán, de la misma forma que nosotros hemos olvidado la sabiduría de nuestros antepasados.

Llegué a Bamako y encontré cerrado el hotel donde solía alojarme. Durante los últimos viajes yo era el único huésped, pero pensaba que al ser tan deficiente la crisis no le afectaría. Me equivoqué, no hay límites para la penuria y siempre se puede ser más pobre.

Con gran pena busqué otro hotel y me decidí a probar uno de esos establecimientos "cool" para triunfadores que siempre había evitado, con decoración "étnica", música güay de Sting a volumen inaudible, luces tan tenues que no te permiten esquivar los caracoles que corretean por el suelo, clientes habituales manteniendo conversaciones intelectuales a media voz excepto alguna que otra carcajada, camareros extremadamente correctos, veinte centímetros cúbicos de cualquier bebida alcohólica a precio desorbitado y todo el paquete chachi piruli destinado a satisfacer las expectativas del viajero más enrollado.

Afortunadamente durante el fin de semana fueron llegando en avión mis compañeros de viaje y pude empezar a tirarme en la piscina a bomba sin sentirme culpable por ser yo mismo, un rudo camionero.

Cuando volví a pasar por ese hotel un mes más tarde, me recibió su dueña francesa con lágrimas en los ojos contándome que un edificio colindante en obras se había desplomado con varios trabajadores en su interior. La paillote del bar que había fotografiado estaba completamente destruida y el camarero se encontraba en el hospital. En ese momento el hotel me pareció mucho más humano y vulnerable, y le cogí tanto cariño que me juré a mí mismo que ya siempre me alojaría en ese hotel.

El lunes por la mañana fuimos a la embajada de Burkina Faso para solicitar el visado y en cuanto nos devolvieron los pasaportes a primera hora de la tarde continuamos hacia Bougouni.

Recorrimos una carretera recién asfaltada por los chinos, que también están construyendo un impresionante puente nuevo en Bamako digno de un capítulo de la serie televisiva Megaconstrucciones que nunca me pierdo.

Llegamos a Bougouni y cenamos en un sólido restaurante.

Pedimos pollo al bidón.

Mientras lo asaban fotografié esta poderosa maternidad.

Acampamos en una verde pradera a las afueras de Bougouni y preparé mi litera en el techo del camión para pasar la noche bajo las estrellas. Tomé una foto a la luz de la luna dejando el obturador abierto cinco minutos mientras charlábamos. Yo estaba y no estaba, como casi siempre.

Al día siguiente continuamos hacia Sikasso y de camino paramos a visitar un bosque sagrado. En el centro estaba el altar de los fetiches.

Después de comer en el hotel Tata de Sikasso hicimos una bonita excursión hasta la gruta sagrada de Missirikoro, una gran mole de piedra moldeada por el agua y horadada por el viento para acoger en sus cavidades la magia del Universo. Es un imán de anacoretas detenidos en el tiempo que no buscan nada porque ya han encontrado la ermita natural de todas las religiones en la que permanecen hechizados por su propia meditación.

Aquí para ser un altar solo hay que subirse a lo alto.

A lo lejos se divisaba una gran tormenta acercándose. No queríamos servir de pararrayos, así que dimos por concluida nuestra visita y regresamos a Sikasso para visitar el centro educativo salesiano.

Estuvimos un rato charlando con Pepe Guillén, su director. La historia de los salesianos en Malí resulta apasionante para cualquiera que carezca de complejos anticlericales. Conocer al salesiano Ramón Moya es lo mejor que me ha pasado en África hasta ahora.

África es un continente duro y hermoso como el diamante, y hace su selección. Al final solo quedarán los africanos, que son los más resistentes, y los misioneros, que tienen el jefe más exigente del mundo. Los demás iremos cayendo poco a poco, solo es cuestión de tiempo.

Acampamos en una explanada cercana a la cascada de Farako. Había llovido y el agua bajaba turbia. Un solitario arbusto resistía la embestida de la corriente. Debía tener buenas raíces, o quizás solo era una rama que se había quedado enganchada. A algunas personas les pasa lo mismo, no saben si están bien asentadas o se han trabado.

En Bobo Dioulasso fuimos a una feria donde por fín encontré la confirmación de lo que siempre había sospechado: todo depende de la suerte, solo hay que tentarla.

Un señor se me acercó y me dijo que era el fotógrafo oficial de la feria. Cuando le comenté que solo éramos turistas españoles de paso se puso muy contento, empezó a dar botes de alegría y me mostró su afecto abrazándome hasta el límite de la decencia. Nos contó que se había quedado ciego y unos oftalmólogos canarios le habían devuelto la vista. Le pidió a Fernando que nos hiciera una foto con su vieja cámara. Aparecemos de izquierda a derecha Enrique, Mohamed Ouédraogo y yo. No somos tan feos como dicen.

Al día siguiente se presentó en nuestro hotel cuando estábamos preparándonos para salir con la foto ya revelada y nos dijo que para su trabajo necesitaba una cámara digital, pero no podía costeársela. Yo tampoco, así que si alguien pasa por Bobo Dioulasso y le sobra una cámara digital, no conozco nadie más indicado para utilizarla. Su teléfono es (00226) 76 50 60 34.

Nota posterior a la redacción de este relato: cuando repaso las fotos de los viajes años después para evocar los buenos recuerdos, me doy cuenta de que no importan ni los paisajes ni la calidad artística ni la cámara, solo importan las personas.

Continuamos hacia Banfora.

Por el camino paramos a contemplar unas hermosas cascadas.

El agua ondulada, brillante, sensual y alegre moldeaba monstruos de piedra.

Las enormes plantaciones de caña de azúcar se preparaban para recibir lluvia.

Llegamos justo a tiempo para ver el arco iris sobre el lago Tengrela. Buscamos algún remero que nos llevase hasta el rincón de los hipopótamos, pero el único pescador que encontramos estaba cansado y como era un poco tarde dejamos la excursión para el día siguiente.

Después de alojarnos en un campamento próximo a la orilla, Fernando y yo tomamos prestada una piragua y fuimos hasta el centro del lago para contemplar la puesta de sol. Disfrutamos como niños.

Mientras aprendíamos a remar sin perder el equilibrio me pregunté por qué las personas reaccionamos de forma tan diferente a los mismos estímulos, por qué algunos se divierten con lo mismo que agobia a otros.

Me gusta cuando mis compañeros de viaje entran en contacto con África directamente, sin intermediarios. En ocasiones mi intención de pasar desapercibido fracasa y me convierto en protagonista involuntario, unas veces para bien y otras para mal.

Siento curiosidad por saber los motivos que tienen algunos viajeros para apreciarme y otros para criticarme, actuando yo siempre de la misma forma.

Errar es humano y acertar también. Algunos viajeros son exigentes consigo mismos y tolerantes con los fallos de los demás, mientras que otros son tremendamente indulgentes con sus propios errores y no perdonan los ajenos. Cada uno tiene derecho a ser como crea conveniente, pero para viajar prefiero a los primeros.

La cuestión monetaria también es importante. Desde el punto de vista económico hay dos tipos de viajeros: los que piensan que los gastos del transporte se limitan al combustible, y los que son conscientes de que hay otros muchos gastos más y están dispuestos a costearlos.

Antes cuando alguno de los primeros se interesaba por acompañarme, pensaba que la diferencia entre lo que aportaba y el coste del combustible me lo quedaba yo. Consecuentemente esa persona consideraba que yo estaba obligado a proporcionarle un servicio como contrapartida, transformaba mi viaje en un paquete turístico y me convertía en su chofer.

Los problemas empezaban cuando yo solo era lo que decía ser y no lo que alguien que no me conocía pensaba que era. Desde ese punto de vista aumentaba el riesgo de que pasase a considerarme un mal guía turístico o un borde, cuando en realidad nunca he pretendido ser más que un simple comerciante que viaja de una forma determinada.

Después de sufrir  alguna mala experiencia con viajeros de ese tipo hace años, ahora me tomo muchas molestias para detectarlos y hacerles ver que no soy su mejor opción. Algunos no lo entienden y arremeten contra mí en determinados foros de internet en los que no participo corroborando el acierto de su exclusión, ya que una persona que critica públicamente a alguien que ni siquiera conoce no es fiable.

Con el segundo tipo de viajeros todo va sobre ruedas, nunca mejor dicho, y cada vez les aprecio más. Ya solo viajo con personas que sepan valorar el viaje en todos los sentidos.

Me paso meses esperando que llegue el momento de irme a África, cada mañana cuento los días que faltan para salir y no estoy dispuesto a correr el riesgo de repetir los mismos errores que en el pasado me fastidiaron algún viaje.

Al día siguiente un pescador nos dio un paseo por el lago. No tiré muchas fotos por miedo a que se mojasen.

Después tomamos la pista de Tiéfora y rodamos disfrutando de los bosques reverdecidos por la lluvia.

A la entrada de Sidéradougou nos encontramos con la barrière de pluie bajada, así que aparcamos el camión y fuimos andando hasta el pueblo.

Era día de mercado y había acudido mucha gente de los alrededores para comprar y vender. Yo me llevé algunas hermosas imágenes. Nadie me cobró por tomarlas, por eso las comparto gratis no solo en los relatos de los viajes sino también AQUÍ.

Además por fin tuve ocasión de comprender el verdadero significado de la expresión "mujeres de color".

Unos niños jugaban al futbolín hasta que llegué yo a interrumpirles, que no todo van a ser ventajas, sonrisitas, parabienes y buenas caras. En los viajes tiene que haber de todo.

Llegamos a Gaoua y nos alojamos en el hotel Hala. Coincidimos con dos simpáticos viajeros españoles y cenamos juntos.

Al día siguiente visitamos una de las zonas más cautivadoras del país Lobí, lo cual es decir mucho teniendo en cuenta que el país Lobí es una de las regiones más interesantes de Burkina Faso, Burkina Faso es uno de los países más atractivos de África, y África es el continente más apasionante del mundo. Estábamos por tanto en uno de los epicentros del Universo.

Como en tantos otros sitios de África, aquí las niñas se ocupan de sus hermanos pequeños.

Una anciana y yo estuvimos observándonos mutuamente durante un instante. Ella directamente y yo a través de la mirilla de mi cámara. Mi cámara tenía un flash y sus ojos la luz. Yo tenía un reloj y ella el tiempo. Yo tengo una foto suya y ella se quedó con mi cara.

Me invitó a entrar en su casa y en una de las estancias vi un pequeño altar con dos batebas que representaban a sus ancestros. Me gustan las personas que ven más allá de la realidad y admiro a los tallistas que son capaces de dar forma a lo invisible.


En otra sukala una anciana descansaba a la sombra de su granero.



El agricultor aprovechó nuestra visita para darse un descanso.

Los Lobí suelen realizar sacrificios rituales con gallinas. Al final siempre son ellas las que pagan el pato.

Las mujeres Lobí más mayores conservan un orificio encima del labio superior que utilizan para colocarse un adorno como el que aparece en http://misviaj.es/lobi014.htm o en http://misviaj.es/lobi017.htm o en http://misviaj.es/lobi120.htm

Antiguamente también se hacían otro orificio bajo el labio inferior, pero eso solo he podido verlo en representaciones escultóricas como las que aparecen en http://africaclub.es/anti135.htm o en http://africaclub.es/anti560.htm o en http://africaclub.es/ant1591.htm

Los occidentales englobamos dentro de la etnia Lobí a miembros de otros grupos vecinos como los Pwa, Birifor, Teèsè, Jaa, Gan, Dagari Lobr y Dagari Wiilé. Los Lobí son los más numerosos y comparten algunos rasgos con los demás, pero son diferentes.

Un anciano me permitió entrar en su sukala y me mostró orgulloso su cosecha de nueces de karité, ingrediente básico en la dieta de los Lobí. De ellas también se obtiene una crema que tiene propiedades cosméticas, pero eso no creo que le importase mucho.

Después estuvimos un rato sentados a la sombra de un enorme árbol compartiendo mutismo respetuosamente, ya que no hablábamos el mismo idioma. Un buen momento para los aficionados al sonido del silencio. Me gustan las versiones porque me dan otro punto de vista de "la realidad".

Luego pasamos cerca de un gran árbol bajo el que se estaba celebrando un funeral y entendí algunas cosas que había leído sobre los rituales Lobí.

Regresamos a Gaoua y al día siguiente continuamos hacia el norte hasta Diébougou. Luego fuimos hacia el este y en el cruce de Djipologo tomamos el desvío hacia Léo.

Paramos cerca de una casa Dagari y me aproximé para saludar a sus habitantes. Pedí permiso para visitar el interior y me lo concedieron.

Un enorme granero adornado con una cruz presidía la estancia principal. A sus pies había una pequeña cocina. Un perro materializaba la sensación de paz que flotaba en el ambiente.

Otra de las habitaciones me pareció una obra de arte. Desde su interior el cielo parecía pequeño.

Su principal ornamento era un orden armónico intangible.

Pensé que esa casa sin sus habitantes no sería nada. Visitar el hogar de una persona es la mejor forma de estrechar lazos. Cuando alguien entra en tu morada se establece un vínculo inquebrantable.

Continuamos hasta Leo y nos alojamos en un frondoso albergue.

Al día siguiente fuimos por carretera hasta Nebbou y tomamos una pista hacia el este a través del país Gurunsí. Bordeamos el rancho Nazinga creado por los hermanos canadienses Robert y Clark Lungren en 1979.

En Pô compramos provisiones y continuamos hasta Tiébélé. Comimos en el albergue Kunkolo, donde un grupo de turistas europeos nos ignoró cordialmente. Habían pagado un pastón para viajar hasta el fin del mundo, para internarse en el corazón de las tinieblas, para perderse en los confines de África, y un extraño vehículo con forma de microbús postfranquista aparentemente ametrallado con tres seres convencionales en su interior soltando partos incomprensibles para cualquiera que no hubiera convivido con ellos durante las últimas semanas, no les debía cuadrar en sus esquemas.

Como estábamos claramente fuera de lugar y además no quedaba sitio para dormir, continuamos por una preciosa pista hasta Fangassogo.

Luego buscamos una zona tranquila y montamos nuestro pequeño campamento.

El patriarca de una pequeña aldea cercana vino a darnos la bienvenida.

Al día siguiente unas frescas nubes bajas nos alegraron el amanecer. Sintiéndonos cautivados por la naturaleza, nos resultaba increíble que en el pasado algún europeo hubiera podido venir aquí a conquistar nada.

Los agricultores acudían a sus campos de cultivo. Aquí la naturaleza, la sabiduría heredada de los antepasados y el sentido común son los únicos que imponen los horarios y las tareas consensuadas por la comunidad. Una utopía hecha realidad al alcance de cualquiera que tenga el coraje de prescindir de casi todo lo que los occidentales consideramos imprescindible.

Las mujeres con un porvenir son mucho más admirables que los hombres con un pasado. Las columnas de África son chiquititas pero fundamentales. Hasta que nadie demuestre lo contrario, las estrellas brillan por ellas allá en lo alto.

Pasé toda la mañana recorriendo la zona y entrando solo en las casas donde era bien recibido. Cuando mi presencia parecía incomodar a alguien, pasaba de largo. Lo mismo ocurre en otros ámbitos de la vida.

Había rincones tan bonitos que solo Dalí podría haber imaginado.


Este anciano me relató que había estado combatiendo contra los nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Mucha gente ignora que durante esa contienda participaron unos 300.000 soldados africanos. Actualmente lo único que el gran público conoce sobre esa gesta épica es el saludo que utilizaban los soldados de origen camerunés: "Waka-waka". Y si no fuera por la escultural Shakira, ni eso.

Había leído algo sobre el tema y le comenté lo injusto que me parecía que los excombatientes franceses cobrasen una pensión mucho mayor que la de los africanos. Me miró a los ojos y me dijo que ellos no lucharon por dinero sino porque estaban en contra de las ideas que Hitler pretendía imponer al mundo.

Le pedí permiso para hacerle una foto y en lugar de eso me proporcionó el retrato de una raza de hombres íntegros con sus luces y sus sombras.



En una estancia había cientos de recuerdos guardados en sus baúles.

Me invitó a entrar en su casa.

La primera vez que viajé a África me enteré de que algunos africanos tenían por costumbre guardar su riqueza en recipientes de cerámica e imaginé tesoros ocultos dentro de las vasijas.

En otro viaje a petición mía me mostraron su interior vacío y me dijeron que los recipientes constituían el patrimonio. Mi mentalidad occidental les atribuyó inmediatamente un valor económico como moneda de cambio.

Ahora pienso que se trata de una alegoría, ya que cuando el fin llegue y la muerte se salga con la suya, ni los cántaros ni su contenido tendrán la menor importancia. Lo único importante es la vida y la forma de vivirla.

El tiempo es limitado y el mejor uso que se le puede dar consiste en escuchar lo que a cada uno le dicte su corazón y ponerlo en práctica. No hay nada tan triste como ignorar la voz interior, desaprovechar la vida o vivir la vida de otra persona por covencionalismos sociales, pereza, cobardía o falta de personalidad.

Lo mismo debieron pensar en Walt Disney cuando crearon una de las obras maestras de la animación a finales del siglo pasado.

Los que sacrifican sus sueños para cuidar de los suyos tienen más valor, pero sobre ellos no suelen hacerse muchas películas.


En cada casa había un sitio para moler grano con piedras.



El dueño de esta casa posó junto con sus hijos.

  Luego me mostró orgulloso sus campos de cultivo desde la azotea.

Nos despedimos del país Kassena y atravesamos por carretera el Parque Nacional Tambi Kabore. Seguimos hacia el norte y después de Nobili tomamos una pista hasta Manga. Comimos arroz con salsa en un arbolado restaurante ensordecidos por el atronador sonido que surgía de unos enormes bafles sin alcanzar la categoría de música. Parecían estar avisándonos de un ataque aéreo.

Continuamos por una pista muy bacheada. Nos detuvimos en un pueblo a descansar y nuestra presencia paralizó durante unos segundos toda su actividad. Un centenar de ojos curiosos se volvió hacia donde estábamos. Ninguno de nosotros había hecho en su vida nada que mereciera tanta atención, así que nos dieron ganas de subirnos al techo del camión y gritar excusas como "no hemos sido nosotros", "estaba así cuando llegamos" o "no sabemos cómo se han enterado si no se lo hemos contado a nadie".

Pedimos permiso para rellenar los bidones de agua en el pozo y dejamos de suponer una amenaza. No hay nada tan inofensivo como una persona sedienta, así que volvieron a sus quehaceres cotidianos. Cuando nos íbamos vinieron a despedirnos como si les estuviéramos haciendo un gran favor largándonos, y nos avisaron de que en la zona hacia la que nos dirigíamos se comían a los perros.

Paramos en un llano a la salida de Garango y montamos nuestro campamento cerca de un enorme baobab. Un venerable anciano que se presentó como guardián de la explanada vino a darnos la bienvenida y nos dijo que en la zona que acabábamos de atravesar se comían a los perros. Como ocurre casi siempre, los vecinos no se llevaban muy bien y por lo visto devorar canes era el insulto mutuo de moda.

Al día siguiente desayunamos en Tenkodogo, Tenko para los amigos, y continuamos hacia el sur.

La frontera de Togo nos recibió con un gran chaparrón que desalojó de circulación el habitualmente atascado puente, así que lo cruzamos con facilidad. Solicitamos un visado de tránsito y fuimos hasta Dapaong. Nos alojamos en Le Campement, que a pesar de su nombre no era un campamento sino un hotel.

Estuvimos toda la tarde descansando y al día siguiente subimos a las montañas para visitar el país Moba.

Aparcamos el camión bajo un árbol y enseguida vino gente a saludarnos, entre ellos esta hermosa muchacha. En muchos sitios de África es habitual que las mujeres se practiquen escarificaciones en la cara para mostrar públicamente su pertenencia a un clan.

Visitamos al jefe tradicional, que nos recibió en su trono con sus mejores galas y su cetro o símbolo de poder. Al principio lo pasamos bien, pero cuando nos íbamos nos ofreció a una de sus hijas a cambio de una dote y toda su majestad se desplomó como un castillo de naipes. Quizá solo fuera una broma, pero el excombatiente Kassena que había conocido días atrás me pareció mucho más noble que ese pomposo reyezuelo vendedor de hijas.

Todo el mundo tiene un lado oscuro que nunca muestra, incluso la luna tiene su cara oculta. Pero entre broma y broma la verdad asoma.

Nos acercamos a la falla y contemplamos el paisaje.

Bajamos a las cuevas de Nano, donde se conservan graneros construidos en terracota hace cuatro siglos para esconder los alimentos y protegerlos contra la rapiña de los enemigos.

Luego visitamos andando algunos poblados Moba cercanos a la frontera con Ghana.

Hasta hace bien poco las pistas eran infernales, por lo que esta zona ha estado prácticamente aislada del mundo exterior, permaneciendo su forma de vida inalterada durante siglos. Últimamente las vías de comunicación han mejorado.

Una señora me enseñó a moler grano con un mortero de piedra. Seguramente mis antepasados hacían lo mismo, hasta que sus tareas empezaron a especializarse.

Cada clan vivía en un grupo de casas unidas por muros y rodeadas por campos de cultivo. En el centro había mijo esperando su turno para ser molido.

Una anciana me mostró el mapa de su vida en tres dimensiones. Se veía una suave colina en el centro, dos hermosos lagos, una amable duna y multitud de valles encantados.

La realidad solo muestra lo evidente, para ver más allá hay que utilizar la imaginación.

Los recuerdos abarcan mucho más de lo que se ha vivido. No recordamos la realidad, sino lo que pensamos que ocurrió. A veces también nos acordamos de lo que quisimos que hubiera ocurrido, o de lo que nunca quisimos que hubiera ocurrido.

Regresamos a Dapaong y por la noche fuimos a la calle principal. Nos sentamos en una terraza y estuvimos bebiendo cerveza sin poder hablarnos, o mejor dicho escucharnos, ya que unos inmensos bafles nos prevenían machaconamente de otro ataque aéreo.

Eso me dio ocasión para reflexionar. Visité por primera vez el país Moba en enero de 2005 y en cada viaje veo su evolución. Presenciar la extinción de una forma de vida que ha permanecido inalterada durante miles de años es una sensación extraña, y me entristece sentirme parte involuntaria del problema con mi presencia. Pensé que debía aprender más sobre las culturas africanas y hacer un esfuerzo para mostrar a los demás su inmensa riqueza con la finalidad de contribuir a preservarlas dentro de mis limitadas posibilidades, ya que mi página no la lee casi nadie. Pero algo es algo.

Quizá la música atronadora que hay en tantas terrazas y restaurantes africanos exista para hablar menos y pensar más. Es posible que todo tenga su razón de ser y haya algún motivo para que exista, aunque no lo entendamos.

Al día siguiente continuamos hacia el sur por una zona montañosa y atravesamos el Parque Nacional de la Kéran.

Comimos en Kandé y nos internamos por una pista en dirección a la región de Koutammakou, el país de los Batammariba, los que dan forma a la tierra. La zona fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2004, y desde entonces se ha incrementado notablemente el número de visitantes.

A los pocos kilómetros se encontraba el cobrador que ya conocía de viajes anteriores. Al vernos subió a toda prisa una soga para cortarnos el paso y se introdujo en su caseta. Aparcamos en la cuneta y le seguimos para pagar nuestras entradas. Como en otras ocasiones quiso encasquetarnos un guía de su confianza y, como en otras ocasiones, declinamos amablemente el ofrecimiento ya que preferíamos perdernos. En algunos sitios me gusta viajar con guía y en otros no.

Teniendo en cuenta que hasta ahora nunca había obtenido conmigo un resultado positivo por la vía de la insistencia, se tiró un farol al decirnos que la nueva normativa obligaba a los visitantes a contratar un guía. Se la pedimos y nos la entregó con la vana esperanza de que no nos la leyéramos cometiendo su segundo error, ya que Enrique se la tragó entera. Le dijimos que ahí no decía nada de eso y regresó al método de la insistencia. Además como medida de presión no quiso darme la entrada que ya le había pagado.

En vista de las irregularidades y para evitar que el mismo problema se repitiera un viaje tras otro decidí dar media vuelta y explicar el caso a la policía.

Regresamos a Kandé y preguntamos por la comisaría, a la que se accedía por una entretenida pista de trial. Estaba en el centro del pueblo, cerca del mercado. En España está prohibido hacer 4x4 por el monte y en muchos sitios de África es obligatorio hasta para hacer la compra.

Los agentes impecablemente vestidos con sus uniformes de campaña nos escucharon, pero no resolvieron nada hasta que apareció el comisario. Por el contraste de su indumentaria con la de sus subordinados al principio pensamos que se acababa de levantar de la cama. Hasta que nos dimos cuenta de que llevaba puesto el traje típico de la región y no un pijama. De todas formas para el resto del viaje cada vez que nos acordábamos del incidente era "el comisario en pijama" y así perdurará en nuestra pequeña memoria colectiva, ya que como suele decirse la primera impresión es la que cuenta.

Me pareció que no era la primera vez que se le planteaba el mismo problema porque puso cara de "ya está otra vez el niño de la barrerita haciendo de las suyas", y además tenía su teléfono grabado en el móvil. Le llamó y para cubrir las apariencias nos hizo firmar un absurdo papel en el que declarábamos que preferíamos viajar sin guía. Nos dijo que ya estaba todo solucionado, nos deseó buen viaje y nos fuimos.

Regresamos a la barrera y la encontramos abierta. Paré a recoger mi entrada y continuamos por una preciosa pista que serpenteaba a los pies de la cadena montañosa del Atakora hasta Nodoba. Aparcamos bajo un enorme baobab y fuimos a dar un paseo por el campo.

Estaba atardeciendo y como tengo la manía de fotografiar puestas de sol levanté mi cámara con la intención de buscar un bonito encuadre. De pronto en el horizonte una señora comenzó a gritar como una histérica.

Un chico no menos alterado que la mujer vino corriendo y pretendió arrebatarme la cámara con la excusa de que había fotografiado a la señora y me quería ir sin pagar. Traté de calmarlo enseñándole las fotos que había hecho y como en ninguna de ellas aparecía nadie se enfadó más todavía, ya que había perdido la maravillosa oportunidad de cobrar dinero por no hacer absolutamente nada. Luego vino un adulto que lejos de poner orden se quedó al acecho por si podía sacar tajada.

Al final quedó claro que no era día de paga, así que nos dejaron en paz y regresamos a montar nuestro campamento cerca del bar.

Seguramente psicólogos y sociólogos tengan todo tipo de explicaciones para las actitudes agresivas y violentas. Mi teoría es bien sencilla: siempre hay alguien con ganas de fastidiar a los demás. En un bar de mi pueblo hay un cartel que lo dice bien claro: Hoy hace un día maravilloso. Pues ya verás como viene alguien y lo jode.

Si durante el viaje se me presenta algún problema lo afronto y lo intento resolver de la mejor forma posible, pero no busco pelea y viajar de movida en movida cansa. Ese día estaba agotado y me retiré a dormir pronto.

Al día siguiente ya estaba despierto con las primeras luces del alba, así que me levanté para ver todas las etapas de ese fantástico proceso llamado amanecer. Incluso su nombre es bonito.

Fui andando por la pista principal hacia el sur y me desvié por un sendero que salía de la escuela. Paré a contemplar los colores cambiantes de las nubes. Un señor pasó a mi lado y nos saludamos. Parecía estar de buen humor y se dirigía a su casa, por lo que deduje que venía de una juerga nocturna. Me invitó a acompañarle y pensé que, después de las trifulcas del día anterior, sería imperdonable dejar pasar la oportunidad de entablar amistad con un Batammariba amable.

Cuando se tiene la suerte de encontrar una persona buena hay que seguirla hasta donde sea. El paseo duró más de dos horas, pero no me importó porque el paisaje era precioso. Atravesamos campos de cultivo y riachuelos entre colinas bajas rodeados de vegetación abundante, fresca y variada.

Llegamos al sitio donde vivía y primero me presentó a su padre, el jefe del clan. Tenía una bicicleta muy antigua que ya no podía montar porque se había quedado ciego. Me recibió en el lugar destinado a las visitas, una estructura de madera cubierta por un techo de ramas y paja. Este sitio también es utilizado después de la recolección para almacenar el sorgo recién cortado. Le pedí permiso para visitar su casa y me lo concedió.

La construcción más importante de los Batammariba se denomina takienta.

Los tiradores sudaneses de las fuerzas coloniales francesas que vieron por primera vez las takientas pensaron que eran castillos y les dieron el nombre de tatas, de ahí el apelativo de tata somba o tata tamberma. En realidad no son construcciones defensivas sino las moradas de los Batammariba, de sus antepasados, de sus divinidades y de sus animales domésticos.

Los Batammariba rinden culto a sus antepasados, cuyas almas reposan en las takientas. Recuerdan todos sus nombres para mantener su contacto y entran en relación con ellos a través de los  sacrificios que se realizan en los altares.

Para acceder al lugar donde se encuentran los altares es imprescindible mostrar respeto. Las takientas son templos además de moradas. No son montones de barro y paja más o menos decorativos, de la misma forma que las máscaras y las esculturas que se tallan en otros sitios de África no son trozos de madera más o menos ornamentales. La arquitectura tammari (adjetivo derivado de Batammariba) está en estrecha relación con su cultura y creencias.

La construcción responde a reglas tanto sagradas como profanas, nada es por hazar. Todo está adaptado a una función o responde a un símbolo. Las reglas son las mismas para todos Los Batammariba, pero pueden ser adaptadas o personalizadas según las circunstancias. La altura, la decoración y el número de habitaciones varían en función de las características y el estatus de sus habitantes, y evolucionan en función de los cambios. Algunas características particulares son propias de algún clan o población, pero siempre respetando unas reglas básicas.

La fachada principal donde se encuentra la puerta está siempre orientada al oeste, al abrigo de las lluvias dominantes y del harmatán de noviembre. Según las creencias de los Batammariba, al oeste también se encuentra el pueblo paradisíaco de Kuyé, el dios creador encarnado en el sol. Solo hay una entrada, para facilitar su defensa en caso de ataque.

La mitad izquierda de la takienta da al norte y corresponde a la mujer, mientras que la mitad derecha da al sur y corresponde al hombre.

A los lados de la entrada principal hay dos torres circulares coronadas por graneros. En los graneros de la mitad norte se suelen almacenar alimentos de connotaciones femeninas como judías, patatas, frutas y cacahuetes, mientras que los graneros de la mitad sur están reservados a granos masculinos como el fonio, el mijo, el sorgo y el arroz.

A la derecha se encuentra la piedra contra la que se muele el grano con pesados morteros de madera y a la izquierda el gallinero y el establo.

A la entrada de la siguiente estancia se encuentran los altares de los ancestros. La planta baja está dedicada a los muertos, a los que les son próximos y al ganado.

A ambos lados de la torre que sirve de base a la habitación de la mujer hay unas pequeñas escaleras de madera por las que se sube a las cocinas, una en la mitad norte y otra en la mitad sur. Se encuentran a una altura intermedia entre el piso inferior y el superior. Esas cocinas se utilizan en época de lluvias, de mayo a octubre. Durante la época seca se cocina fuera.

Mediante otra escalera se accede a una pequeña terraza, y otra más comunica con el piso de arriba, donde se encuentra la terraza principal, que da a las habitaciones y a la parte superior de los graneros.

En la terraza se deja secar el grano, se come y se duerme cuando hace calor. Están en pendiente para evacuar el agua de la lluvia.

Es aquí también donde se encuentra el altar dedicado a Litakon, la diosa de los gemelos y de la fertilidad. Una piedra que se utiliza como mesa de comer cubre un orificio sagrado por el que salen las almas de los difuntos. Esa piedra realiza las funciones de lápida.

En el lenguaje Batammariba cada sitio de la takienta corresponde a una parte del cuerpo humano. La puerta de entrada es la boca. Las ventanas son los ojos. La cocina, el granero, el establo y el gallinero constituyen las diferentes partes del aparato digestivo. El sitio donde se muele el grano es la dentadura. La gárgola lateral es el pene. El dormitorio de la mujer es la vagina. El desagüe trasero es el ano. El revestimiento de las paredes es la piel. Se le practican escarificaciones como las que se hacen los Batammariba.

Las takientas se construyen en época seca, principalmente entre diciembre y marzo. No suele edificarse más de una al año, ya que es un trabajo lento y laborioso. Los arquitectos son ayudados por los miembros de la familia que la habitará y por sus aprendices, a los transmiten sus conocimientos. El aprendiz que quiera ser arquitecto deberá probar su valía construyendo con éxito una pequeña tata.

Durante la construcción se llevan a cabo cinco ceremonias. La primera en el inicio de las obras, la segunda cuando se termina la entrada, la tercera cuando se levanta el muro izquierdo, la cuarta cuando se acaba la terraza del piso superior, y la quinta cuando la takienta está terminada.

Para asegurar su estabilidad, la estructura interior es independiente de los muros. Los cimientos y los muros están hechos con tierra endurecida con paja. Para la terraza se añade arena. Utilizan troncos de madera para los marcos de las puertas y para fabricar la estructura que soporta el piso superior. Los graneros se hacen con tierra de termitero endurecida con paja, y están cubiertos por techos cónicos hechos con palos.

Las superficies expuestas a la intemperie se sellan con un producto elaborado con cáscaras de néré o parkia biglobosa y mantequilla de karité.

Al inicio de cada época seca se suele revocar los muros de todas las takientas con una capa de tierra endurecida con paja y estiércol de vaca.

Las mujeres participan en la construcción acarreando agua, apisonando el suelo, enluciendo los muros, decorándolos con diseños geométricos similares a sus escarificaciones y haciendo la casa habitable.

Los arquitectos Batammariba son auténticos artistas y dominan la magia de las luces. Esculpen en lugar de construir.

En el exterior de las takientas hay altares dedicados a Kuyé y otras divinidades. A veces también hay graneros circulares independientes, levantados sobre una estructura de troncos y piedras para preservar el grano de las escorrentías, además de chozas para los jóvenes solteros. Cada vez se hace más vida en estas pequeñas construcciones y menos en las takientas.

Los Batammariba forman una sociedad acéfala estructurada en clanes y opuesta a un poder centralizado. La jefatura del clan no se hereda. Rechazan someterse a un poder externo tanto político como económico, por eso se esfuerzan tanto para ser autárquicos.

La gestión de cada terreno de cultivo la lleva a cabo siempre otro clan diferente al que lo utiliza, y esta situación es recíproca. De esa forma se fortalece la cohesión social. Los Batammariba dan mucha importancia a la noción de país tanto en su acepción de territorio como en la de comunidad de personas. Todos los años se organizan cacerías comunitarias que más que comida buscan reforzar el sentimiento de pertenencia a un grupo.

Los Batammariba buscan el equilibrio en todos los sentidos, empezando por la relación dentro del matrimonio. En el hogar el espacio es repartido de forma igualitaria entre el hombre y la mujer.

En el caso de las poblaciones, existe una zona para "rojos" y otra para "negros", pero esta división se rompe deliberadamente con la presencia de casas de miembros de un color en la zona de otro color.

El equilibrio atañe a todos los aspectos de su existencia, incluida la alimentación. Los Batammariba dominan magistralmente el arte de la agricultura, diversifican sus cultivos y crían una gran variedad de animales.

Dentro del clan un individuo no es más importante que los demás, exceptuando la estricta jerarquía entre adultos iniciados y jóvenes no iniciados. El poder de un clan no prevalece sobre el de la comunidad. Dos, cuatro ó seis clanes pueden formar un grupo, que no es exactamente un pueblo ya que las takientas están dispersas. Se organizan alrededor de centros rituales.

Un centro ritual se compone de una Casa Grande donde se realizan los ritos iniciáticos de los jóvenes, un cementerio y un Santuario de la Serpiente. La Casa Grande de ceremonias es aquella en la que vivió el fundador del clan.

Cada uno de los linajes que forman el clan se reagrupa alrededor de otra Casa Grande de menor envergadura. Los miembros de un mismo linaje hacen sacrificios periódicos para reforzar sus lazos.

Los Batammariba realizan ritos iniciáticos y funerarios. Todos los clanes disponen de sus campos de cultivo, bosques sagrados, cementerios, árboles, pozos, rocas sagradas y sitios reservados a los ritos iniciáticos. Los rituales de iniciación tienen lugar cada cuatro años. Las cualidades más apreciadas para elegir a los baboyamas o responsables de la iniciación son la discreción, la bravura y el autocontrol.

Todos los jóvenes Batammariba desean ser iniciados aunque hayan emigrado, hablen otras lenguas, estudien en otros sitios o se hayan convertido a otras religiones.

Los Batammariba piensan que en todo ser vivo renace el aliento de un muerto que ha deseado su nacimiento. Si una persona no está iniciada, a su muerte no se le podrá hacer un gran funeral y por tanto su alma no podrá contribuir a la aparición de otro ser.

Durante los ritos de iniciación los jóvenes recorren solemnemente los tres sitios sagrados para marcar el paso de la adolescencia a la edad adulta. Las ceremonias de iniciación de los chicos se llaman Difuani, y las de las chicas Dikuntri.

Al final de la recolección se celebran unas ceremonias en las que se ofrecen sacrificios a los dioses.

Los Batammariba están dotados de una agudeza sensorial que les permite comunicarse con las fuerzas de la naturaleza. Si es cierto que la naturaleza lo ordena todo de la forma más racional, económica y duradera posible, los Batammariba tienen mucho futuro. Su forma de vida está en íntima relación con la tierra.

Algunos altares situados en bosques sagrados donde no se puede construir ni cultivar albergan a los espíritus de animales cazados o espíritus subterráneos con los que los antepasados han establecido un vínculo. Solo se puede acceder a ellos después de llevar a cabo una ceremonia. Junto con los campos de cultivo, las takientas y los riachuelos dan al paisaje un aire de armonía.

Algunos bosques sagrados fueron establecidos así porque en algún momento ocurrió un hecho violento en el que la tierra fue regada con sangre. Cuando se atraviesan no se debe hablar ni hacer ruido.

Los Batammariba son un pueblo indómito que desea mantener viva una herencia milenaria.

La creación de un pueblo Batammariba obedece al mito de la creación del primer pueblo por Kuyé, el dios creador, arquitecto del mundo que construyó la primera takienta para el hombre y las divinidades.

El fundador de un nuevo linaje se independiza de su clan de base y construye una nueva takienta madre sobre el modelo original con todas las configuraciones iniciadas por el dios Kuyé. Pide permiso a Butan, la diosa de la tierra y esposa de Kuyé, madre protectora de los humanos que gobierna la agricultura, el bosque, los animales y los cementerios. Erige santuarios para los Dibo, las fuerzas de la naturaleza con las cuales deberá llegar a un acuerdo para utilizar sus territorios.

Después se irá estableciendo el centro ritual del nuevo clan con su Casa Grande, altar de la serpiente tutelar y cementerio.

Las poblaciones se distribuyen de una forma equidistante, y las casas que las forman también.

Los espacios entre los lugares habitados se utilizan para cultivar, cazar, dejar que crezcan plantas salvajes de uso medicinal y aprovisionarse de madera.

Voluntad de independencia, equilibrio, unidad y respeto a las creencias ancestrales son las principales características de los Batammariba. Los mismos patrones se repiten en otras muchas comunidades africanas del ámbito rural que hasta hace bien poco eran calificadas de "salvajes".

Las escaleras sirven de enlace entre los vivos y los espíritus.

A la muerte del padre, el benjamín hereda la Gran Casa de ceremonias o casa vieja y vive en ella hasta que se emancipa. Es normal, un soltero con casa grande tiene más probabilidades de encontrar pareja.

Dentro de los Batammariba existe un grupo con costumbres algo diferentes llamado basoruba.

Al carecer de espejos, aquí lo que más ve cada uno de sí mismo es su propia sombra. En este caso, proyectada sobre los altares dedicados a los antepasados en el interior de una takienta.

El emprendedor de la familia me enseñó con orgullo su máquina para moler.

Me despedí de mis anfitriones con gran pena y regresé a Nadoba. A la entrada el Ministerio de Turismo Togolés había construido unas takientas para que los turistas pudieran hacerse una idea sobre el hábitat Batammariba. Antes de irnos entré en una de ellas y experimenté una sobrecogedora indiferencia. Por segunda vez durante el viaje pensé que lo más importante de las casas son sus habitantes. Una casa vacía no es más que un montón de materiales de construcción convenientemente ordenados.

Regresamos por pista a Kandé y comimos arroz con salsa en un puesto al aire libre. Un pobre enajenado se paseó desnudo delante nuestro. En África no hay manicomios y los locos se mueven libremente, uno de los motivos por los que evito conducir de noche. Normalmente la gente les da comida y alguna que otra paliza, como tuve ocasión de comprobar en agosto de 2009, cuando me disponía a atravesar la frontera entre Malí y Burkina Faso. Antes de llegar al puesto de control de la policía un loco se colgó del retrovisor de mi camión y empezó a balancearse como un mono, provocando risas entre la muchedumbre que habitualmente abarrota las fronteras africanas. Me paré y cuando se bajó reanudé la marcha. Pero ante la buena reacción del público volvió a subirse haciéndome parar nuevamente. Un buen samaritano vino a llevárselo con buenas palabras y continué hasta la barrera. Fui hacia la caseta de la policía fronteriza para que me pusieran el sello de salida en el pasaporte.

Dos enormes agentes se levantaron perezosamente de sus hamacas, se dirigieron hacia donde estaba el loco mientras se desabrochaban los cinturones de sus uniformes y le ordenaron sentarse. En cuanto empezaron a azotarle salió corriendo hacia donde yo estaba, pero otro policía le puso una zancadilla antes de llegar, le tiró al suelo y empezó a fustigarle con una vara. Las carcajadas de los espectadores me aturdieron casi tanto como la paliza.

Cuando de pequeño leía novelas de aventuras me imaginaba al protagonista en alguna situación similar abalanzándose heroicamente contra el malo, agarrando en alto la muñeca de la mano portadora del látigo con la mirada fija en sus ojos mientras la imagen se detenía durante unos segundos y la orquesta sinfónica entraba en escena acentuando la tensión del momento, repartiendo patadas, codazos, rodillazos, puñetazos y cabezazos entre los compinches que venían en auxilio del torturador.

Pero en la vida real existe más miedo al daño físico propio que al ajeno y solo fui capaz de avanzar un par de metros para interponerme entre ambos balbuceando expresiones tan ambiguas como "ya está bien" o la algo más expresiva "basta ya", alzando los brazos para que no me cayera ningún golpe. Afortunadamente mi actitud no fue considerada resistencia a la autoridad sino una simple muestra de aprensión de un blandengue occidental incapaz de soportar la aplicación de tratamientos psiquiátricos con métodos contundentes. En cuanto el polvo se disipó me pusieron el sello de salida en el pasaporte y me despidieron apiadándose de mi debilidad. A veces a uno le resulta triste ser consciente de sus limitaciones, pero es lo que hay.

Volviendo al relato del viaje, continuamos por la R.N. 1 hacia el sur y al atravesar las montañas cayó una gran tormenta que nos impidió visitar el monumento de Sarakawa que conmemora el famoso accidente de aviación que "sufrió" Gnassingbé Eyadéma, anterior presidente y padre del actual. Viajaba con algunas personalidades políticas y militares que no sobrevivieron. El equipo de rescate lo encontró ileso entre la vegetación. Ese "milagro" le reportó gran "respeto" entre su pueblo y le sirvió para mantenerse en el poder el resto de su vida. Además aprovechó para acusar a los franceses de sabotaje y en represalia nacionalizó la Compagnie Togolaise des Mines du Bénin, la empresa francesa que explotaba los fosfatos, que en esa época era la principal fuente de ingresos en Togo.

Llegamos a Kara y fuimos al centro Don Bosco para saludar a los misioneros salesianos, que acogen niños de la calle y llevan a cabo una importante labor educativa. Conocimos a cuatro voluntarias de la ONG catalana VOLS. Marisol nos contó su experiencia en la ciudad marfileña de Duékoué pasando consulta, ayudando en lo que podía y conviviendo con las víctimas del conflicto. Fue el momento más entrañable del viaje.

Si bien es cierto que cuando se tiene la suerte de encontrar gente buena hay que acompañarla hasta donde sea en cuerpo y alma, tampoco se debe seguir el consejo al pie de la letra y hay ocasiones en las que prima el alma, así que el padre Rafael en su infinita sabiduría y teniendo en cuenta que entre nosotros había un soltero sin compromiso en edad de merecer, nos cedió amablemente una casa de acogida justamente en la otra punta de la ciudad. Cada uno en casa y Dios en la de todos... los que quieran abrirle la puerta.

Además antes de despedirnos les enseñamos el camión y la mala fortuna quiso que al encender el radiocasete para mostrarles que también disponíamos de tecnología avanzada sonase una de mis canciones favoritas de Ian Dury llamada Sex and Drugs and Rock&Roll. Yo no tengo la culpa de que me siga gustando la música de toda la vida.

Al día siguiente proseguimos nuestro viaje hacia el sur y atravesamos la Faille d'Alédjo, un estrecho paso entre rocas excavado con técnicas muy rudimentarias. Algunos camiones rozaban por todos lados, incluso por arriba. Seguramente más de uno se quedaría atascado. También vimos camiones despeñados. Cargados a tope para aprovechar el viaje sobrepasan su capacidad máxima y a veces los frenos no consiguen detenerlos en las pendientes. Algunos suben o bajan en primera velocidad mientras chicos jóvenes les escoltan con grandes tacos de madera que colocan junto a las ruedas para trabarlas cuando hace falta. Lo malo es que a veces el sistema no funciona y se producen aparatosos accidentes. Como suele decirse en estos casos, la culpa es del sistema.

Comimos en Sokodé y continuamos hasta el hotel Le Sahelien de Hiheatro, cerca de Atakpamé. Fuimos a dar un paseo y contemplamos la puesta de sol en una terraza mientras degustábamos una cerveza Pils. En la radio sonaba música de un grupo camerunés. Antes escuchaba mucha música africana, pero acabé saturado. Llegué a la conclusión de que es la expresión de una cultura muy diferente a aquella que determinó mis gustos hace tiempo, y contra eso es absurdo luchar. Cada civilización tiene una superestructura que se incrusta en el cerebro e intentar cambiarla solo provoca frustración.

La música africana que más éxito tiene fuera de África está adaptada al gusto occidental y es muy diferente a la música tradicional africana auténtica, que tiene una funcionalidad ritual incomprensible para los no iniciados. La música está en íntima relación con sentimientos profundos e inalterables.

De todas formas me gusta mucho el concepto del mestizaje representado por Shakira, que se ha unido al elenco de los símbolos africanos más apreciados. Por todos sitios se ven posters, pegatinas y camisetas con las imágenes de ídolos como Madonna, Bruce Lee, Rambo, Bob Marley, Barak Obama, Ghandi, Thomás Sankara o el Ché.

Madonna y Bruce Lee representan la posiblidad de triundo desde un origen humilde, mientras que Rambo personifica la sublevación del hombre contra el despotismo. Los tres son admirados en África a pesar de que ninguno de ellos sea africano.

Bob Marley es venerado por ser uno de los primeros artistas del "Tercer Mundo" que arrasó en Occidente, por su talento y por sus mensajes, a pesar de que en la mayor parte de África el consumo de drogas está muy mal visto.

De Barak Obama se aprecia sobre todo su origen africano, sin tener en cuenta que fue abandonado por su padre keniata cuando solo tenía dos años.

Ghandi simboliza la insurrección contra los colonizadores, a pesar de que mientras vivió en Sudáfrica no movió un dedo por defender a los sudafricanos de origen africano.

Thomás Sankara encarna el resurgimiento del orgullo africano y el Che simboliza la rebelión de los oprimidos. Poco importa que estos dos últimos defendieran un sistema que allí donde triunfa recorta libertades, encarcela opositores, censura medios de comunicación, destruye la economía y empobrece todavía más a la población.

Los mitos nunca deberían ser escudriñados demasiado cerca.

Al día siguiente fotografié este caracol, que había elegido un bonito emplazamiento para instalar su casa. Admiro a la persona que se dio cuenta por primera vez de que el caracol es comestible. Ahora falta un valiente que se atreva con la babosa.

Tomamos la carretera de Kpalimé y en un descanso descubrimos esta enorme catedral de termitas.

Paramos en un pueblo a beber un refresco y entré a conocer un taller de costura. Las máquinas de coser antiguas son muy apreciadas en África. Si alguien va a desprenderse de la suya y desea darle una buena utilidad, que me la envíe y con mucho gusto la llevaré a África para regalársela a quien quiera.

En otro pueblo un grupo de vecinos llevaba a cabo un ritual tradicional para bendecir la nueva carretera que se está construyendo. Una de las cosas que más me gustan de África es que cada día ocurre algo nuevo, como dijo Caius Plinius Secundus: Ex Africa Semper Aliquid Novi. África es antónimo de aburrimiento.

Llegamos a Kpalimé, una población donde trabajan muchos artesanos, y comimos en el restaurante Macumba. Después subimos al monte Kloto por una carretera llena de curvas y rodeada de bosques con gigantescos árboles. Nos alojamos en un antiguo hospital alemán para tuberculosos. La presencia alemana en Togo se inició en 1855 y finalizó en 1914.

El bar estaba vacío, como siempre.

Al día siguiente continuamos hasta Lomé, desde donde mis amigos volaron a España con la Royal Air Maroc.

Yo me quedé comprando y unos días más tarde inicié mi viaje de regreso por carretera.

Antes de llegar a Sokodé tuve la experiencia más trepidante que he vivido en África hasta ahora. La lentitud de mi camión es un inconveniente, pero a veces también una ventaja porque da tiempo a verlo todo. En un claro del bosque observé un grupo de jóvenes preparándose para llevar a cabo una ceremonia tradicional. Aparqué en la cuneta y me quedé junto al vehículo esperando su reacción.

Normalmente solo los miembros iniciados de cada clan pueden presenciar sus ritos animistas. Nadie más puede asistir, aunque sea africano. En ocasiones similares siempre me habían ordenado que continuara mi camino sin demasiadas contemplaciones, pero esta vez nadie puso reparos a mi presencia y me fui acercando como en el 123 al escondite inglés.

Pedí permiso para hacer fotos y ante mi sorpresa me lo concedieron.

Cuando terminaron los preparativos se dirigieron hacia un bosque por un estrecho sendero y les seguí como buenamente pude, ya que caminaban muy rápido.

Llegamos a unas casas y me quedé observando desde un montículo a una distancia prudencial intentando pasar desapercibido. Cuando comenzó la ceremonia se desbocó ante mí toda la fuerza de África y sentí una especie de tsunami espiritual. Los danzantes parecían en trance y se movían con una vitalidad descomunal.

Unas chicas les abanicaban con trozos de esterillas y otras les daban cerveza que llevaban en calabazas. Una de ellas me ofreció y la probé. Sabía fuerte y tenía mucho alcohol. No me hizo falta beber mucho para aturdirme, ya que el ruido era ensordecedor. Algunos danzantes llevaban planchas de hierro atadas a sus brazos y las hacían sonar con barras metálicas produciendo un ruido similar al de las campanas de las iglesias. Unos flautistas tocaban una melodía de solo dos notas que se repetía constantemente.

De pronto surgió un exaltado entre el público y comenzó a gritarme para que me largase, pero cuando me alejaba un grupo de espectadores jóvenes le increpó. No podía oír lo que decían, no sabía qué hacer y me detuve para ver lo que pasaba hasta que uno de ellos me agarró del brazo, me llevó de vuelta al lugar de la ceremonia y me dejó plantado en medio de toda la vorágine.

Al cabo de un rato vinieron los refuerzos del exaltado y me empujaron en dirección a la salida, pero los que querían que me quedase reaccionaron rápidamente y se produjo una discusión entre ambos grupos. Afortunadamente el suelo era irregular y estaba bastante resbaladizo, así que los más ebrios fueron los primeros en caer, provocando las carcajadas de los demás y distendiendo los ánimos. Mi principal preocupación pasó a ser mi integridad física, ya que en un momento dado unos tiraban de uno de mis brazos y otros del otro, mientras seguía haciendo fotos con una cámara en cada mano por si podía captar alguna buena imagen. Cuando me caía al suelo apoyaba los codos para que no se embarrasen los objetivos y en seguida alguien me ayudaba a levantarme.

Por lo que entendí los que querían echarme eran musulmanes que se avergonzaban de que sus vecinos animistas continuasen con sus ritos tradicionales. Pensaban que daban imagen de atraso a la región y querían evitar que se difundiera. Me sentí como una botella de plástico vacía en medio del océano a merced de grandes olas generadas por esas dos poderosas corrientes invisibles que son las religiones milenarias y las creencias ancestrales. Yo estaba en medio y mis cámaras actuaban de flotadores.

Al final me llevaron de vuelta a la ceremonia y me soltaron para me que moviera libremente entre los danzantes, que seguían a lo suyo. Ni siquiera se habían percatado de mi presencia.

Las chicas que abanicaban terminaron bailando también.

Todos estaban tremendamente concentrados.

Las planchas de metal que llevaban atadas a los brazos hacían un ruido ensordecedor.

Un momento de descanso en mitad de la ceremonia.

Los participantes llevaban cuernos de antílope roan, que abunda en la savana africana.

Ignoro el significado de las muñecas. Ya había invadido demasiado su intimidad y no quise importunar con preguntas, lo dejo para el próximo viaje...

Continué hacia el norte y unas semanas más tarde ya estaba en Mauritania. Había llovido torrencialmente en la Ruta de la Esperanza y algunos oued o cauces de río normalmente secos se habían desbordado inundando las carreteras.

Los pasajeros de los vehículos pequeños se apeaban y atravesaban los tramos inundados empujando con el motor apagado para evitar que entrase agua por la toma de aire o el tubo de escape, que tapaban con telas. Cuando llegaban a la otra orilla arrancaban y continuaban hasta el siguiente oued anegado, donde repetían el proceso.

Al finalizar su jornada de trabajo el sol se retiraba a su jaima para dormir hasta el día siguiente.

Al pasar por Boû Lanouâr una saharaui completamente tapada me pidió que la llevase hasta Guerguerat porque se encontraba en avanzado estado de gestación y quería dar a luz en Marruecos, que cuenta con mejor sistema sanitario que Mauritania. Tenía dificultades para subir al camión y la ayudé. Cuando llegamos al puesto fronterizo fuimos a la policía para que nos sellasen el pasaporte y pude ver que según su fecha de nacimiento tenía 50 años.

Me miró y entre su velo pude ver unos ojillos risueños que delataban verdaderos esfuerzos por aguantarse las carcajadas. Me di cuenta de que probablemente su tripa solo contenía un copioso desayuno y me contagió la risa.

Incluso ahora dudo de que fuera realmente una mujer.

Atravesé el Sahara Occidental y Marruecos sin problemas. En Sidi Akhfennir había un pez dorado colgando a la entrada de un restaurante.

Llegué a casa agradeciendo la buena suerte que me había permitido regresar sano y salvo, y pensando que lo mejor es que cada uno escuche lo que le dicte su corazón ya sea mod, rocker, punk, musulmán, animista, hombre, mujer o lo que crea conveniente, y respete lo que a los demás les dicte el suyo.




VIAJE TRANSAHARIANO JULIO 1987
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VIAJE TRANSAHARIANO JULIO 1991
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