VIAJE TRANSAHARIANO AGOSTO 2004

Mi principal preocupación antes de salir consistió en mentalizarme para sobrevivir un mes y medio sin ver a mi mujer y a mi hija de 7 meses, de la que no me había separado desde que nació. Muchas veces los problemas durante el viaje surgen de nuestro propio cerebro. Afortunadamente, al poco de salir desde Algeciras, un contratiempo tuvo mi mente ocupada durante unos días. El aire acondicionado Carrier que había comprado para el camión 4x4 IPV no funcionaba como yo había previsto. El generador de gasolina Honda que lo alimentaba tenía caídas de corriente cada pocos minutos. Pequeñas, pero suficientes para desconectar automáticamente el compresor, que tardaba unos 3 minutos en volver a enfriar el aire. Afortunadamente este año no ha hecho tanto calor como el anterior.

Después de entrar en Marruecos por la frontera de Ceuta, la primera parada fue para comer en una zona de restaurantes cerca de Tetouan, en lo alto de un pequeño puerto de montaña. El dueño del establecimiento que elegimos nos contó que había sido jugador del Athletic de Bilbao. En el camping de Kenitra nos llovió justo después de montar las tiendas de campaña y tuvimos que refugiarnos debajo del gran toldo que llevaba para esas ocasiones.

Al día siguiente madrugamos para llegar al consulado de Mauritania en Casablanca antes de las 10 de la mañana. No nos supuso gran esfuerzo, ya que habíamos ganado 2 horas por la diferencia horaria entre Marruecos y España. Esperamos pacientemente nuestro turno para solicitar los visados. El funcionario que nos atendió rechazó dos de los impresos que habíamos rellenado porque tenían tachones. Hizo repetir otro porque no le gustaba la tinta con la que estaba escrito y se negó a admitir las fotos de tres miembros del grupo porque estaban impresas en papel blando. Llegamos a la conclusión de que ese funcionario había sido enviado a Casablanca porque una personalidad tan detallista como la suya debía sufrir lo indecible en un joven país necesariamente pragmático como Mauritania. Todos solicitaron su visado con una entrada y un mes de duración. Yo necesitaba dos entradas y dos meses y se lo recalqué varias veces, pero cuando recogimos los pasaportes después de comer me di cuenta de que no me había hecho ni caso. Demostró ser con su propia equivocación mucho más indulgente que con las nuestras y me indicó sin perder la sonrisa que si le daba una propinilla al policía de la frontera en el viaje de subida, me dejaría entrar sin problemas en el país. Me fui corriendo antes de que me hiciera algún comentario como "un fallo lo tiene cualquiera" o "¿es que usted nunca se equivoca?".

Esa noche dormimos en el camping de El Jadida, importante enclave comercial portugués en el siglo XVI. A la mañana siguiente, mis compañeros fueron a visitar sus impresionantes murallas y su casco antiguo. Yo fui a comprar un regulador de corriente para el aire acondicionado del camión, pero no solucioné nada. Como resultado, durante el viaje solo los que viajasen el el Toyota disfrutarían de aire acondicionado. Los del camión, aire ventilado. Y a veces, ni eso. A 65 km/h de velocidad máxima, la corriente de aire que entraba por los ventanucos era más bien floja. Y si soplaba viento de cola, nos adelantaban hasta las bolsas de plástico que arrastraba la ventisca sahariana. Hacíamos etapas de pocos kilómetros. Sin embargo los desplazamientos no eran especialmente cortos en tiempo, por la citada velocidad punta del troncomóvil.

Al día siguiente y antes de llegar a Essaouira, quise visitar el poblado de pescadores que aparece en la foto de la izquierda, tomada en un viaje anterior. Pero me equivoqué de pista y después de atravesar varias zonas de arena, aparecimos en una playa desierta. Como ya era de noche, decidimos regresar a la carretera y continuamos hasta Essaouira. Después de montar las tiendas en el camping, fuimos andando por el paseo marítimo hasta el casco antiguo para cenar en el restaurante Mimosa.

Dediqué la mañana del día siguiente a repasar la mecánica de los vehículos, y mis compañeros de viaje a recorrer la villa de Essaouira, nombrada en marzo de 2002 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Otros sitos de Marruecos en esta lista son la Medina de Fez, la Medina de Marrakech, el Ksar de Ait-Ben-Haddou, la ciudad de Meknes, Volubilis, y las medinas de Tetouan.

Por la tarde continuamos el viaje, y cenamos en un restaurante de Tiznit.

Después fuimos hasta Aglou Playa y tomamos una pista paralela a la costa hacia el norte internándonos en el parque nacional Sous Massa. El terreno era escarpado y nos costó un poco encontrar un buen sitio para acampar en lo alto del acantilado.

La siguiente etapa nos llevó al Oued Chebeika, un bonito enclave a 33 km de El Ouatia.

Carlos y Chechu se adelantaron en Laâyoune al resto del grupo para visitar con más tiempo Dakhla, donde Carlos había pasado buena parte de su infancia. Los demás dormiríamos en Foum El Oued y haríamos otra etapa intermedia antes de llegar a Dakhla. En el hotel Parador de Laâyoune, antiguo Parador Nacional cuando el Sahara Occidental era provincia española, Carlos y Chechu se encontraron con unos españoles que viajaban en sus 4x4, también en dirección a Dakhla. Se da la circunstancia de que unos meses antes, esos viajeros me habían preguntado algunas cuestiones para realizar su viaje, y desinteresadamente les había dado toda la información de que disponía, como hago habitualmente. Carlos y Chechu les solicitaron sendas plazas en sus coches para viajar juntos hasta Dakhla, pero los de los 4x4 no quisieron llevarles. Desaprovecharon así una bonita oportunidad para devolverme por medio de mis amigos el favor que les había hecho, y me desanimaron para en lo sucesivo seguir respondiendo preguntas de otros viajeros. Lo mejor fue la excusa que les dieron: la conductora no estaba acostumbrada a conducir llevando desconocidos.

Hay muchas personas que tienen amplios conocimientos sobre África occidental, sobre todo en Francia. Yo procuro compartir lo poco que no se me olvida después de cada viaje por medio de estos relatos. Solo realizo por África dos o tres viajes al año, e ignoro muchas cosas. Antes de cada viaje, me informo en internet con páginas tan útiles como www.jeuneafrique.com
www.afrol.com
www.allafrica.com
ikuska.com
www.afribone.com
www.afrik.com
www.abidjan.net

Aunque uno se informe y se prepare bien antes de realizar el viaje, pueden surgir numerosos imprevistos que impidan pasarlo bien y/o alterar los planes. Estos son solo algunos ejemplos:

- Quedar bloqueado en Algeciras porque haya temporal, y no naveguen los ferrys. (*)
- Quedar bloqueado en Ceuta porque haya algún conflicto entre España y Marruecos, como ocurrió en julio de 2002 por lo de la isla Perejil.
- Quedar bloqueado en el Sahara Occidental por falta de suministro en las gasolineras. (*)
- Un intento de golpe de estado en Mauritania, como el que hubo el 8 de junio de 2003. (*)
- Quedar bloqueado en el desierto por culpa de una tormenta de arena. (*)
- Quedar bloqueado en algún lugar entre Kayes y Bamako, porque se haya caído algún puente de reciente construcción (*).
- Quedar bloqueado en algún sitio de Senegal o Mali por las lluvias torrenciales que hay en verano. (*)
- Que te asalten los bandidos. (*)
- Que te pille alguna revolución en Mali, y se paralice el país. (*)
- Que algún compañero se ponga enfermo, y tengas que retroceder cientos de kilómetros para acercarle al hospital más cercano.
- Que la aduana te ponga pegas para entrar en un país, porque tu coche tenga más de 5 años. (*)

Con asterisco (*), los que ya me han pasado en viajes anteriores.

Algunas zonas por donde trascurre el viaje transahariano que yo realizo carecen de buena infraestructura turística. En otras zonas hay buenos hoteles y restaurantes, pero yo no suelo visitarlos. La comodidad no es una de mis prioridades. Mis recursos son limitados y prefiero gastarme más dinero por ejemplo en viajar durante más días y más lejos, o en cuidar la mecánica de los vehículos que llevo para que no me dejen tirado en cualquier sitio. Tampoco es únicamente cuestión de dinero. Me gusta dormir al aire libre o en tienda de campaña. ¿Por qué tengo que conformarme con un 5 estrellas, pudiendo dormir bajo un manto de millones de astros?

También me atraen los albergues baratos, ya que en ellos las cucarachas, chinches, pulgas, y otros bichos se encargan de comerse la suciedad y preservar la limpieza. En África subsahariana, los lagartos de colorines se comen a los insectos, y además entretienen.

Disfruto comiendo al aire libre. En el desierto suele hacer mucho viento, por lo que es fácil que te entre arena en la comida. Las necesidades que se hacen en campo abierto valen 10 veces más y se recuerdan con mucho más cariño que las que se hacen en el clásico y frío retrete de toda la vida. También durante esta operación la arena que arrastra el viento puede jugarte una mala pasada, pero prefiero no entrar en detalles. A veces el viento te impide montar la tienda de campaña, y algo que normalmente se hace sin problemas, requiere en determinadas circunstancias el esfuerzo de 4 personas.

Los trámites fronterizos son lentos y pesados. En algunas zonas hay frecuentes controles en los que cualquier funcionario puede retenerte lo que le de la gana. Suelen ser corteses, pero si te toca uno borde o ebrio, te tienes que aguantar. Tampoco hay hospitales buenos, y puedes palmarla por algo que en España se detectaría y curaría fácilmente. El tramo entre Nouadhibou y Nouakchott ha sido, hasta que empezaron las obras de la carretera, especialmente peligroso. Procuro llevar siempre los vehículos en buenas condiciones, pero a veces se averían. Normalmente cuanto más viejo es el coche, más problemas da. Si no puedo arreglarlo sobre la marcha, tengo que remolcarlo hasta el taller más cercano y esperar pacientemente a que lo reparen. A veces eso no es posible.

La forma que yo he elegido para viajar tiene ventajas e inconvenientes. Entiendo que para muchas personas no es idónea. A mi es la que más me gusta y estoy encantado de convivir durante esos días inolvidables con personas que comparten mis preferencias.

Aunque se economice todo lo posible en comer y dormir, el viaje transahariano no es especialmente barato. Hay muchas personas con escasos recursos económicos que quieren realizarlo por su cuenta y me preguntan qué pueden hacer para que no les cueste mucho dinero. Seguramente exista alguna fórmula para hacer que el viaje transahariano sea rentable desde el principio, pero yo no la conozco. A duras penas consigo sobrevivir con mi pequeño negocio de artesanía africana, que requiere dedicación exclusiva durante el resto del año. Los primeros viajes me los pagaba ahorrando el dinero que ganaba trabajando durante unos cuantos meses antes como cocinero, conductor o lo que hiciera falta, y me privaba de todo lo que no fuera absolutamente imprescindible. Llevar coches viejos a África para vender al final del viaje y regresar en avión ya no es una buena opción, al menos para mí. No soy fotógrafo, y si de casualidad me sale una buena foto, nadie se interesa por comprarla. Tampoco soy escritor, y no creo que nadie quisiera pagar por leerme. El negocio del turismo es especialmente duro. Conozco personas que han estado trabajando con agencias de viajes durante muchos años en África dejándose la piel, y han regresado con los bolsillos vacíos. Problemas de seguridad, burocráticos, mecánicos, malas infraestructuras, distancias largas, hoteles deficientes, que generan numerosas quejas de clientes insatisfechos. También faltan colaboradores eficaces en los cuales se pueda confiar al 100%. Si son listos, en cuanto aprenden un poco se lo montan por su cuenta, y más barato que tú. Si quieres llevar alguna mercancía para vender en África negra, te encuentras con el escollo a menudo insalvable de las aduanas, especialmente la marroquí. Además, vender algo es muy fácil. Lo difícil es cobrar el dinero de la venta. Ya está todo inventado. Ahora cualquier negocio en África requiere la misma dedicación que en otro sitio, con muchos más inconvenientes.

Buscando un sitio para acampar la siguiente noche, dimos con un poblado de pescadores abandonado. En la carretera de acceso había un puesto de vigilancia y una cadena impedía el paso. Pedimos permiso y nos dejaron acampar en la playa. Encendimos una hoguera y cenamos con música de Jean Michel Jarre.

Al día siguiente regresamos por la misma carretera y pudimos disfrutar desde arriba de la hermosa desolación del paisaje. Alguien comentó que hacía 7 días que habíamos salido y parecía que llevábamos una semana fuera de casa.

Una parada para hacernos una foto. Yo no aparezco porque estaba detrás de la cámara.

En Dakhla nos reunimos nuevamente con Carlos y Chechu. Habían hecho el trayecto desde Laâyoune en el asiento delantero de un taxi colectivo, trabando gran amistad tanto con el taxista como con la palanca de cambios del coche. En el camping Moussafir y mientras me subía al techo del camión por enésima vez para ver si de milagro conseguía hacer funcionar correctamente el aire acondicionado me hice un corte en un dedo, como tengo por costumbre en cada viaje. Ya comenté en el relato del viaje de agosto del año pasado que las heridas me sientan fatal y una vez más demostré que yo para sangrar no valgo. El mareo me revolvió el estómago, y devolví. Coincidió que había puesto música de Deep Purple a todo trapo, con lo cual proporcioné a mis compañeros de viaje un gran espectáculo de sangre, vómitos y rock & roll. Muy heavy. Me había comido una gran "pizza fruit de mer" en el restaurante Samarkanda, y pensé que, de haberlo sabido, habría pedido algo más económico.

Después de visitar hasta el extremo de la península donde se encuentra Dakhla, proseguimos nuestro viaje. Paramos en Río de Oro para contemplar el paisaje.

Al anochecer montamos nuestro campamento en el Golfo de Cintra.

Al día siguiente entramos en Mauritania por una pista bastante mala. Cruzamos las vías del tren y enlazamos con la carretera que una empresa egipcia está construyendo entre Nouadhibou y Nouakchott.

Esta foto la hizo Jorge. Yo soy el que conduce el camión, y en ese momento estaba mirando al suelo para no atropellar ningún escarabajo. Luis contempla la operación mientras baila una jota aragonesa.

Nos alojamos en el camping Inal de Nouadhibou y cenamos en el restaurante del Hogar Canario.

Dediqué la mañana del día siguiente a repasar la mecánica de los vehículos. Es sencillo y fundamental mantener limpios los filtros, y revisar de vez en cuando los niveles. Muchas averías son consecuencia de la suciedad. Con vehículos que funcionan a gasolina, hay que redoblar las precauciones. El combustible por esos lares no es de buena calidad, y los filtros se atascan. Es conveniente poner una media de mujer en la entrada y la salida del filtro del aire. Los engranajes del carburador se atascan con el polvo, y a veces hay que añadir algún muelle para que funcione correctamente. A falta de muelles, los preservativos también valen. Los motores diesel dan menos problemas. En ellos no se puede poner ninguna media en el filtro del aire, ya que la succión es mayor, y terminaría rompiéndose. A veces la suciedad provoca disfunciones que achacamos a supuestas averías. Empezamos a tocar por todos sitios, y terminamos dejándolo peor que como estaba. Lo mejor es no tocar nada y que se arregle solo.

Comimos en el restaurante del centro deportivo de Kobanu, en la bahía de l'Etoile, un entorno de gran belleza. Luego fuimos a ver el cementerio de barcos, cerca del puerto de Nouadhibou en dirección a Cansado.

Al día siguiente fuimos temprano a Cabo Blanco, reserva satélite del Parque Nacional Banc D'Arguin. Aprovechando que había marea baja, descendí hasta la playa para avanzar todo lo que pudiera por la parte baja del acantilado y ver de cerca las legendarias focas monje que por allí quedan. Solo conseguí ver alguna cabecita que asomaba a lo lejos.

Hice unas cuantas fotos al barco que encalló aquí el año pasado.

El carguero había cambiado de nombre misteriosamente. Ya no era el United Malika de Tanger, ahora era el Guadalupe de Monrovia.

Seguía siendo impresionante.

Luego pasamos por el camping Inal, recogimos nuestros bártulos y tomamos la pista que va paralela a las vías del ferrocarril hacia el este.

Nos cruzamos con el tren que aparece a la izquierda, y que Jorge se encargó de fotografiar magistralmente. Tres locomotoras equipadas con motores diesel, tiraban de más de 130 vagones cargados con mineral de hierro procedente de Kedia d'Ijill o la "montaña de hierro" de Zouérat, a unos 500 km. en pleno Sahara. La empresa que comenzó la explotación es australiana, y en Zouérat se conduce por la izquierda. Antes era paso obligado para las caravanas de comerciantes que cruzaban el desierto con sus camellos. Ahora es feudo de grandes camiones con más de 3000 caballos de potencia.

Circulamos por una pista bastante marcada que ya estaba en algunos tramos asfaltada. Cuando el gps indicó que nos encontrábamos a 36 km. de Arkeiss tomamos una desviación a la derecha con la intención de adentrarnos todo lo posible en el Parque Nacional Banc D'Arguin. Llegamos a una cantera donde se acabaron las rodadas, y proseguimos campo a través. Sorteamos algunas zonas de arena blanda y rodeamos una cadena de dunas. Después de trepar hasta lo alto de una suave colina, vimos a lo lejos el peñón de Cabo Timirist.

Llegamos a la playa de Arkeiss, montamos las tiendas de campaña y nos dimos un baño en el mar, que por estas latitudes recibe las corrientes cálidas del trópico. Cenamos con música de Janis Joplin.

Al día siguiente hicimos una excursión al poblado pesquero de Iwik.

Comimos arroz con pescado dentro de una jaima. Luego nos invitaron a té.

El patriarca de la familia nos atendió amablemente.

Por la tarde regresamos a Arkeiss y estuvimos hasta que anocheció bañándonos en el mar.

Al día siguiente cogimos un guía local para que nos indicase la pista que utilizaban normalmente los taxis del desierto desde Arkeiss hasta la carretera. Nos llevó campo a través en linea recta, sin preocuparse por evitar las zonas de arena, como habíamos hecho nosotros el día anterior. Tenía más fe en mi camión que todos nosotros juntos. Pero con solo 93 cv. de potencia no se pueden hacer muchos experimentos, y nos atascamos. Jorge se encargó de inmortalizar el momento con su cámara digital, mientras yo corría a felicitar al guía por mostrarnos aquel rincón maravilloso de la geografía mauritana.

Deshinchamos las ruedas, y después de atravesar una planicie muy bonita cerca de Chami, retomamos la carretera en construcción que en el futuro nos permitirá viajar desde Nouadhibou a Nouakchott hasta en Harley Davison.

Llegamos a Nouakchott, nos alojamos en el albergue La Rose y después de darnos una ducha, fuimos a visitar el mercado central. Era sábado y las casas de cambio de moneda estaban cerradas. Intentamos comprar ouguillas en el mercado negro pero no conseguimos un buen cambio. Cenamos en un restaurante italiano y pagamos con euros.

Al día siguiente obtuvimos los visados para entrar en Malí y después de visitar nuevamente el mercado central nos dirigimos hacia el sur. Había llovido recientemente y la carretera estaba en malas condiciones.

A unos 15 km. antes de llegar a Rosso encontramos un sitio para pasar la noche. Pedimos permiso para dormir al abrigo de un refugio, y montamos nuestras tiendas cerca de la casa de una hospitalaria familia que no pidió nada a cambio. Esa noche cenamos con música clásica.

A la mañana siguiente llegamos al embarcadero de Rosso. La gente estaba más alterada de lo normal porque un camión cargado con barras de hierro se había atascado entre la barcaza y el muelle. Lo estaban intentando sacar tirando con otro camión, pero la cuerda que los unía no aguantaba. Después de romperse varias veces y cuando la soga era una sucesión de nudos, consiguieron sacarlo entre gran griterío. Con ayuda de un barbudo gendarme mauritano al que motivamos convenientemente, cumplimentamos con rapidez los trámites de salida y embarcamos en el ferry que atraviesa el río Senegal. El dinero en África es como el aceite del motor, hace que los engranajes no se atasquen. En Rosso, además del aceite es el combustible. Si no hay dinero, no hay movimiento.

Me fui a la policía y a la aduana para registrar nuestra entrada en Senegal. Jorge sacó esta foto del trasbordador. Yo quise hacer una foto mientras estábamos a bordo, pero un señor me lo impidió. En esta vida, da igual lo que hagas o lo que digas. Siempre habrá alguien que se oponga, aunque no sepa exactamente porqué.

En esta frontera hay algunas personas que se dedican a facilitar a los extranjeros a cambio de una propina los trámites de policía, aduana, seguros y cambio de moneda. No son muchos, pero como siempre se te ponen delante gritando y haciendo aspavientos, parecen una multitud. Antes los ignoraba, pero después de pensar en ellos, mi sentimiento ha pasado del desprecio a la admiración. Seguramente yo no aguantaría ni una semana viviendo en unas condiciones tan duras. Siempre están peleando y discutiendo. A pesar de compartir desdichas no solo son insolidarios entre ellos, sino que basta que uno tropiece para que los demás le pisen.

Son personas que nunca han hecho nada importante en su vida, y únicamente aspiran a sobrevivir. Estos pensamientos me han llevado a desarrollar un profundo respeto hacia los fracasados. Los que van de triunfadores por la vida ahora me inspiran indiferencia y aburrimiento. Prefiero a los que nunca han hecho nada importante en su vida, a los que después de muertos serán olvidados, a los que fracasan en todo lo que se proponen, a los que se empeñan y no lo consiguen, a los que siempre meten la pata, a los que no se comen una rosca, a los que trabajan como negros por un sueldo mísero, a los que no tienen dinero para comprarse una casa, a los que viven en casas enanas, a los que se han pasado media vida estudiando y no encuentran trabajo, a los que se agobian empeñándose en tareas inútiles.

A menudo las reflexiones que se hacen durante el viaje no tienen nada que ver con los países que visitamos. Descubrí con gran alegría que este interés por los fracasados era compartido por algunos de mis compañeros. En Jesucristo Superstar, es Judas mi personaje favorito. Admiraba más a Darth Vader que al sosainas de Luke Skywalker incluso antes de que empezasen a rodar la segunda trilogía. Los mejores episodios de Los Simpson son aquellos en los que aparece el Actor Secundario Bob. No comprendí bien la primera parte de Rocky, hasta que me di cuenta de que los tres personajes principales eran unos grandes fracasados. La segunda parte pierde todo interés cuando el protagonista se convierte en un triunfador. Disfruté enormemente viendo la película de Tim Burton "Ed Wood", en la que Johnny Deep interpreta al que se considera el peor director de cine de todos los tiempos.

Mi animal africano favorito no es el majestuoso camello, ni la grácil gacela, ni el poderoso león. Es la hiena. Sus patas traseras son más cortas que las delanteras, y su andar es descompensado. Mueve primero los miembros de un lado y después los del otro. No es buen cazador. Se alimenta principalmente de carroña y de las sobras que dejan otros cazadores más diestros. Las hienas viven agrupadas en manadas, y se reproducen una vez al año. Viven escondidas entre la vegetación, en cavidades naturales o excavan galerías. Se mueven por la noche, y aúllan con la boca cerrada, emitiendo un sonido parecido a una carcajada histérica. La hiena es en definitiva un animal que, con lo mal que come, lo poco que copula y la vida penosa que lleva, no se de qué coño se ríe.

Seguía vigente la ley que prohíbe la entrada libre de camiones con más de 10 años, y el nuestro tenía 23. El jefe de la aduana me dijo que solo podríamos entrar en el país si nos acompañaba un escolta hasta la salida. Debíamos ir a otro sitio para que  nos asignasen un agente. Después de estar todo el día esperando, por fin arrancamos en compañía de una pareja de españoles que viajaba en un Peugeot 505. Nos cobraron por el escolta 200.000 francos cfa, unos 300 euros. Luego me enteraría de que la tarifa oficial es de 75.000 francos cfa. Es decir, nos estaban robando 125.000 francos cfa. Ajenos a la estafa, dormimos en unos confortables bungalows que hay en N'Dioum.

Al día siguiente el escolta comenzó su jornada de trabajo aporreando todas las puertas de las habitaciones para despertarnos, ya que tenía mucha prisa. Luego pretendía que alguien que no fuera él, abonase su cuenta. Nosotros desayunamos tranquilamente y pagamos solo lo nuestro.

Reanudamos el viaje y al cabo de un par de horas paramos en un pueblo para conocer a sus habitantes.

Fotografié a una mujer de piel suave.

Dejamos al escolta plácidamente dormido en su asiento y alguien sin querer cerró las puertas. A estas alturas del viaje, todas las manillas interiores del camión habían abandonado sus emplazamientos originales y para abrir las puertas desde dentro hacía falta una técnica que el escolta desconocía. Cuando despertó y creyó que habíamos desaparecido encerrándole en el camión, se puso nervioso. Empezó gritando que diésemos la vuelta hacia Rosso, luego nos amenazó con llevarnos a una comisaría para encerrarnos por toda la eternidad y finalmente nos dijo que continuásemos el viaje hasta Kidira, donde se encuentra el puesto fronterizo de salida hacia Malí, a la mayor brevedad posible. Alguien del grupo diagnosticó que estaba histérico y nadie encontró argumentos para rebatírselo.

Comimos en Ouro Sogui. En otra de las paradas y para demostrar al escolta que comprendíamos la prisa que tenía por cumplir su misión de regresar a Rosso cuanto antes para desplumar a otros turistas como nosotros, cogí una rama y comencé en bromas a azuzar a mis compañeros de viaje, que se habían bajado de los vehículos para estirar las piernas. Descubrimos que el escolta también sabía reír. En estos casos el humor es mejor que el enfrentamiento. Sobre todo cuando el adversario está un poco desquiciado y lleva una pistola al cinto. Aproveché para pedirle que nos permitiese desviarnos hacia Bakel, dejar en un albergue a mis amigos y continuar solos con los coches hasta la frontera. Accedió sin dejar pasar la oportunidad de echarnos en cara que no habíamos tenido la delicadeza de abonar su cuenta en el albergue de N'Dioum. Luego me enteraría de que él tampoco la había pagado, menudo caradura.

El albergue que conocía en Bakel estaba cerrado y nos alojamos en un centro de experimentación del ministerio de agricultura senegalés. Después de hacer 60 km para dejar el camión en la aduana de Kidira, regresamos Ginés y yo a Bakel con el otro vehículo, que al tener menos de 5 años de antigüdad no necesitaba escolta. Al día siguiente nos montamos todos en el Toyota y visitamos tranquilamente los poblados de la zona, una de las más bonitas y desconocidas de Senegal.

En Kidira recuperamos el camión y cruzamos el puente que atraviesa el río Falémé en dirección a Diboli, la primera población de Malí. Mientras cumplimentábamos los trámites de entrada en la aduana, cayó una buena tromba de agua. Para ir a la policía, nos agrupamos y cubrimos con un toldo azul. Desgraciadamente no tengo ninguna foto de ese momento, ni de las caras de asombro que pusieron los policías cuando nos vieron llegar desfilando.

Después de comer un poco de arroz con salsa en un restaurante de Diboli regentado por dos simpáticas señoras, continuamos por una pista llena de agujeros y tôle ondulée hasta Kayes. En una de las paradas hice esta foto, en la aparecen todos los que tuvieron la enorme paciencia de aguantarme desde Algeciras hasta Bamako.

En Kayes nos alojamos en las habitaciones de un antiguo edificio colonial francés que actualmente alberga las instalaciones de Radio Rural de Kayes, montada por ongs canadienses e italianas para luchar contra la desertificación del Sahel.

En el campo la radio es el medio más importante para conocer las noticias del exterior. Muchos pastores llevan siempre su radio colgada del cuello y los agricultores la escuchan mientras trabajan en el campo de cultivo con el espinazo doblado. Nunca he comprendido porqué no utilizan azadas con palos más largos para no tener que agacharse tanto.

Al día siguiente continuamos por la nueva carretera que enlaza Kayes con Diéma y paramos a ver un termitero.

Era temporada de lluvias y la vegetación estaba verde. La gente parecía contenta porque esperaban buenas cosechas... que más tarde se comieron las langostas.

La pista que había aquí antes de construir la carretera era tan agotadora que no quedaban fuerzas para ver el paisaje, así que aproveché para hacer fotos.

El cielo estaba cubierto de nubes. Temíamos que en cualquier momento empezase a llover y decidimos montar las tiendas de campaña en un cobertizo construido por los franceses durante la época colonial en Dioumara.


Al día siguiente continuamos por carretera hacia Bamako. Dos mujeres Peul venían de lavar.

En los poblados encontrábamos niños, ancianos y algunas mujeres.

El resto de las mujeres y los hombres se iban a trabajar al campo de cultivo al amanecer y regresan con la puesta de sol.

Una de las cualidades que más admiro en los africanos es su respeto por los mayores y su esfuerzo constante por recordar a los antepasados.

En todos los pueblos hay construcciones como la que aparece en esta foto. Es el lugar donde se reúnen los ancianos. Entre los miembros de la etnia Dogón, recibe el nombre de "toguna".

Un mortero y un taburete de madera.

Llegamos a Bamako después de 21 días de viaje. Fuimos directamente a las oficinas de Air Algerie y de la Royal Air Maroc para comprar los billetes de los que regresaban a España en avión, que eran todos menos yo. Algunos lo harían inmediatamente, otros al cabo de unos días.

En Bamako pasé varios días alojado en un hotel del tranquilo barrio Niarela, cerca del Centro Pere Michel que regentan unos misioneros salesianos, y de la sede de la ong norteamericana "Corps de la Paix". Aunque Estados Unidos como primera potencia mundial me inspira cierto temor, los únicos ciudadanos de ese país que he tenido la suerte de conocer son cultos y generosos. En Malí se ven muchos jóvenes de la citada ong, que dedican meses o incluso años de su vida a trabajar por el desarrollo del país. Hay quien dice que es otra forma de ampliar sus áreas de influencia. Desde luego, es mejor que quedarse en casa tumbado en la cama mirando el techo. Esto me recuerda a una canción que tocaban en las fiestas de mi pueblo, y que me he tomado la libertad de adaptar para la ocasión: "Y tu hermano que estás ahí privando / contando batallitas en el bar / no me seas gachupino gachupino huevón / que en África te llama la revolución."

Los únicos revolucionarios que conozco en África son cooperantes y misioneros. Su revolución se hace día a día. Lo más importante para ellos es tener voluntad de ayudar y el convencimiento de que los problemas tienen solución. Como en todos los colectivos, también hay ovejas negras y chupópteros cuyo mal ejemplo es criticado a voces por aquellos incapaces de creer que en el mundo puedan existir personas capaces de dar su vida por los demás.

Es importante conocer sobre el terreno a las personas que necesitan ayuda. Unas veces intervenir es malo y otras veces no intervenir es peor. Las relaciones entre los seres humanos son tremendamente complejas. Algunas soluciones que podrían ser útiles en unos países quizás creasen más problemas en otros.

Hay quien asegura que ninguna forma de vida es mejor o peor que otras, que el mundo da muchas vueltas. Dicen que si por ejemplo estallase una guerra mundial a gran escala, o si se agotasen las reservas de petróleo sin haber encontrado una energía alternativa, o si nos quedásemos sin tecnología, los campesinos africanos tendrían muchas más posibilidades de sobrevivir que el resto, porque son autosuficientes. Es cierto, pero también es verdad que mis antepasados sufrieron y lucharon, muchas veces entre ellos, para conseguir el bienestar del que ahora disfruto. Ya se que no vivo en un paraíso, pero algo bueno tendrá Europa si hay tantos africanos que se juegan la vida para venir. En cambio, solo conozco un español que haya renunciado a su nacionalidad para vivir con, para y entre los malienses. Se llama Ramón, y es salesiano.

Es arriesgado sacar conclusiones viajando únicamente dos o tres veces al año por África. Pero cuando paso por los pueblos y veo toda esa ingente cantidad de jóvenes y adultos en edad de trabajar sentados tranquilamente a la sombra, charlando, bromeando, jugando a las damas o al futbolín, me pregunto si realmente desean alcanzar el progreso, o simplemente esperan a que el progreso les alcance a ellos. Cuando una persona no está contenta con su situación, lo primero que hace es ponerse en movimiento. Estudia, aprende, se junta con otros que piensan igual, forma cooperativas, pide ayudas, lucha contra la corrupción que obstaculiza su desarrollo. Hace algo.

La mentalidad de los africanos es la superestructura resultante de una estructura que ignoro. Incluso si conociera todos los detalles sobre su historia, no soy sociólogo ni antropólogo. Solo un simple viajero que cuenta lo que ve, que a veces no entiende lo que ve, y que se conforma con entender lo que cuenta.

En Bamako solicité el visado de Burkina Faso. De camino a Sikasso fotografié estas dos señales de tráfico contradictorias en medio de una larga recta. Menuda chorrada de foto.


En Bobo Dioulasso visité a algunas personas que aprecio.

Después de recorrer parte del país, regresé a Malí por la frontera de Koro y visité algunos pueblos Dogón a lo largo de la falla de Bandiagara. He añadido algunas fotos de esa parte del viaje AQUÍ.

Aprovecho para prevenir a todo aquel que viaje al País Dogón del riesgo de contraer esquistosomiasis intestinal y vesical al bañarse en algún río de esa zona.

Cuando se me acabó el dinero para comprar artesanía, empecé el viaje de regreso a España. Intenté tomar la pista que va desde Diéma a Nioro, pero estaba completamente embarrada. Aprovechando que mi coche tenía menos de 5 años, atravesé nuevamente Senegal escuchando la siempre relajante música de ACDC, Metallica y Rage Against the Machine.

Cada noche plantaba mi tienda pegadito al coche, rezando para que nadie aprovechase la oscuridad para meter la mano por debajo de la capota y se llevase lo que algún vecino de mi casa llama jocosamente "monigotes de madera y tamborcitos", que a mi me dan de comer.

Antes de llegar a Rosso, pasé nuevamente por el puesto de control de la aduana senegalesa donde se encontraba el funcionario que en el viaje de ida nos había cobrado 200.000 francos cfa por un servicio que valía 75.000. Le pedí un recibo para presentar una reclamación, pero no quiso dármelo. Insistí con la única finalidad de amargarle la mañana y conseguí ponerle nervioso. Me gritó que éramos los blancos quienes habíamos traído la corrupción a África, y le pedí nuevamente el recibo. Me dijo que los blancos nos habíamos forrado con el negocio de la venta de esclavos, y yo insistí en mi petición. Luego me empezó a hablar de la época colonial. Cada discurso duraba unos cinco minutos y yo solo contestaba pidiéndole el recibo. Entraba y salía de su garita haciendo aspavientos y a veces me gritaba a la cara tan cerca que tenía que doblarme hacia atrás para evitar su mal aliento. Me amenazó con meterme en la cárcel y yo le dije que hablaría con su jefe, cuya oficina se encontraba cerca de donde se toma el ferry para atravesar el río Senegal. Deseando perderme de vista, contestó que podía hablar con quien me diera la gana.

Satisfecho con el resultado y sin la menor intención de perder el tiempo con reclamaciones inútiles, me dirigí a la frontera. El funcionario de la aduana debió telefonear a alguien y cuando llegué al puesto fronterizo la verja se encontraba inusualmente abierta. No estaba el gigantón que cobra 500 francos cfa por dejarte pasar. Varias personas uniformadas me indicaron con amplias sonrisas que tenía vía libre hasta el mismo ferry, que por primera vez en mi vida me estaba esperando. No era necesario ningún trámite. Embarqué y partimos inmediatamente.

En la frontera mauritana, el amable jefe de la policía me prolongó sin problemas el visado. Me pidió que llevase hasta Nouakchott a su sobrina. Era la mujer más hermosa que había visto en África y durante el viaje tuve que hacer grandes esfuerzos por mantener la vista en la carretera. Su rostro era perfecto. Me contó que tenía dos hijos y se había divorciado de su marido porque la maltrataba. Cuando llegué a Nouakchott dejé a mi pasajera en su casa y continué hacia el norte.

Pasé la noche en la frontera de Mauritania con la parte del Sahara Occidental actualmente ocupada por Marruecos. Hacía mucho viento, y no pude montar la tienda. Tuve que dormir dentro del coche como buenamente pude.

Al día siguiente cumplimenté los trámites de entrada en Marruecos por la frontera de Guerguarat y a media mañana ya estaba en El Argoub.

En Boujdour conocí al chico más pesado del mundo. Se me ocurrió preguntar en una gasolinera por un taller donde me pudieran soldar la defensa delantera, que se había roto sola por efecto de la "tôle ondulée". El citado personaje se subió a mi coche para indicarme el camino hasta el taller de un amigo suyo, y durante toda la tarde no pude quitármelo de encima. Me repitió cerca de 200 veces que quería mi camiseta de Tintín como pago por haberme llevado hasta una calle que se encontraba a escasos 100 metros de la gasolinera. Por las risas burlonas de los mecánicos, deduje que había topado con el tonto del pueblo. Después de varias horas dándome la vara, comenzó a mostrarse agresivo. Aunque debía pesar la mitad que yo, me levantaba el puño profiriendo amenazas de todo tipo. En cuanto los mecánicos terminaron su trabajo, cogí la defensa y me largué rápidamente.

De camino hacia el norte vi este enorme depósito de pateras. Supongo que habían sido decomisadas por las autoridades de Marruecos para evitar la pesca no autorizada, o para impedir la emigración ilegal hacia España.

Antes, cuando tenía sueño conduciendo, hacía esfuerzos para no dormirme. Ahora prefiero pararme en cualquier sitio y echar una cabezadita. Despertar contemplando paisajes como el de la foto le sube a uno la moral.

El único hotel que visité en todo el viaje de subida fue el Idou Tiznit, de cuatro estrellas. En la ducha, el agua que salía pura y cristalina del grifo, se tornaba sospechosamente marrón después de pasar por mi piel.

Llegué a España en pocos días sin sufrir ningún percance importante, y con unas ganas tremendas de ver a mi mujer y a mi hija, que afortunadamente todavía no me había olvidado.

Algunas personas regresan de África enamoradas de dicho continente. Honestamente yo no puedo decir eso, porque estaría reconociendo que soy un pésimo amante. Malí y Burkina Faso son dos de los países más pobres del mundo. La esperanza de vida no supera los 48 años. Dos de cada tres mujeres son analfabetas. Mucha gente sobrevive con menos de 1 euro al día. Yo en España tengo una casa pequeña pero confortable, un buen coche y muchas oportunidades para salir adelante. Donde yo vivo no faltan escuelas, hospitales, médicos, ambulancias, bibliotecas y autopistas. En caso de necesidad, puedo disfrutar de pensiones y subsidios. Mientras, los africanos con los que supuestamente he confraternizado en África siguen muriendo a puñados por culpa de la malaria, la fiebre amarilla, el sida, las guerras y otras muchas desgracias. Lo veo de un viaje para otro. Cada vez que voy a África, me entero de que han fallecido personas que nunca antes se habían muerto. Incluso el recepcionista de un hotel donde me suelo alojar en Bobo-Dioulasso, conocedor de mi preocupación por este tema, me recibe siempre que llego con un inquietante "¿a que no sabes quién se ha muerto?".

Y como escribió Juan Ramón Jiménez:

Yo me moriré, y la noche
triste, serena y callada,
dormirá el mundo a los rayos
de su luna solitaria.

Mi cuerpo estará amarillo,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca
preguntando por mi alma.

No sé si habrá quien solloce
cerca de mi negra caja,
o quien me dé un largo beso
entre caricias y lágrimas.

Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y fragancias,
y amor en las avenidas
a la sombra de las ramas.

Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
sollozando en la ventana.


Quiero aprovechar la amplia difusión que por lo visto tienen estos relatos para advertir a otros viajeros del peligro que corren sus hijos al contarles batallitas africanas. El otro día sorprendí a mi hija cuando trataba de esconderse en mi bolsa de viaje. La muy tunante quería venirse conmigo de polizón. Dentro de unos cuantos años, me la llevaré a África. En el viaje de vuelta, seguramente subiremos a lo alto de alguna duna sahariana para ver la puesta de sol. Y después de soltarle alguna de mis peroratas, me contestará que porqué algunos africanos, en cuanto tienen un poco de dinero, se lo gastan en un mercedazos, en un pedazo Toyota, o directamente en un Lexus, en vez de invertir su dinero en la investigación de remedios que curen las enfermedades que les están diezmando. Que porqué algunos africanos adinerados envían a sus hijos a Europa para estudiar económicas y empresariales, en vez de medicina, ingeniería o algo que pueda ser de utilidad para otros africanos. Y yo pensaré que cuánta razón tuvo el que dijo que los niños dicen siempre la verdad.



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